EDUCAR MEDIOAMBIENTALMENTE DESDE NUESTRO «SER CRISTIANO» – Roberto Fernández

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Desde siempre, creo recordar, la imagen de los montes nevados, los paseos por bosques frondosos, las acampadas en verdes prados…, han estado muy presentes en la vida de nuestras comunidades. Incluso en nuestros procesos existía una línea de pensamiento en favor del cuidado de la naturaleza que nos rodea.

Con el paso del tiempo nos hemos ido dando cuenta de la importancia de dar un paso más serio en este sentido, dejando atrás ese sentimiento de ternura ante los parajes naturales para acercarnos cada vez con más responsabilidad a la realidad que sufre nuestro entorno más cercano y el planeta en general.

La educación medioambiental se ha ido haciendo más presente en todos los espacios de nuestra vida, desde los más institucionales a los más cotidianos. Los gobiernos de todo el mundo están preocupados por los resultados de los estudios referentes al cambio climático, a las emisiones de CO2, a la deforestación…; pero también desde otros focos sociales se hace eco de los riesgos y las consecuencias del ritmo de vida que llevamos (asociaciones ecologistas, sectores que abogan por la sostenibilidad, grupos de vida sana…)

María Novo (Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible) nos plantea, en referencia a nuestra sociedad: «Si la esencia de la vida en comunidad se basa en la posibilidad de elucidar e integrar los mejores rasgos de los individuos que la constituyen, es necesario que la educación, como instrumento de socialización y de actitud crítica, adopte respuestas válidas para los retos que tiene planteados la humanidad. Uno de ellos, tal vez el más relevante en un momento de cambio global como el que vivimos, es el de reorientar nuestras formas de vida hacia la austeridad, la moderación y la sencillez, para romper con el círculo vicioso de la acumulación económica de unos pocos a costa de la pobreza del resto de la humanidad y de la destrucción del medio ambiente». Algo que podemos extrapolar a nuestras pequeñas comunidades, a nuestra fraternidad o a nuestra Iglesia.

Cuando hablamos de una educación ambiental tenemos que dejar de pensar únicamente en lo «ecológico» para pasar a hablar también de «co-responsabilidad sostenible». Es innegable que lo ecológico hoy en día está en boga, «vende», pero en cierta medida es un poco acallar conciencias.

Miles de personas se vuelcan ante las grandes catástrofes naturales que asolan el planeta: ayuda humanitaria, ayudas económicas, preocupación… ¿Cómo no nos vamos a emocionar con los relatos de quienes lo padecieron? Pero, más allá de lo emotivo, nos toca el mea culpa, asumir nuestra parte de responsabilidad en que haya ocurrido. Es nuestra responsabilidad que lo sufran más quienes menos tienen. La desigualdad se ve reflejada también en los aspectos medioambientales: reparto de los recursos naturales, acceso a infraestructuras, inversiones gubernamentales…

El cambio climático es un hecho que hoy en día pocos expertos rechazan o ningunean, las consecuencias están siendo devastadoras en todo el planeta, afectando especialmente a los países o zonas más pobres. Pero los grandes gobiernos siguen sin ponerse de acuerdo en rebajar los propios consumos y emisiones.

Educar, educarnos medioambientalmente, es un acto de responsabilidad con todo lo que ocurre en nuestro mundo ya que las repercusiones de nuestra huella en el planeta afectan a todas las personas que viven en él. Es educar en un cambio de mirada hacia lo que ocurre en el mundo y nuestra propia responsabilidad.

Es una nueva mirada hacia la sostenibilidad, como la apuesta firme por equilibrar el uso del planeta con la capacidad de aguante del mismo. Pero una sostenibilidad compartida y solidaria. El planeta ha de ser sostenible para todas las especies, para todas las razas. La sostenibilidad conlleva un reparto de la riqueza, de los recursos de los avances tecnológicos, pero a la vez una reducción y un cambio en el estilo de vida imperante hoy en día. Nuestro mundo no puede aguantar que todas las personas mantengan nuestro «tren de vida». No es equipararnos por arriba, es nuestra responsabilidad rebajar nuestros consumos, cambiar nuestra forma de consumir, de manera que los demás puedan acceder a lo que les hemos ido quitando.

¿Y los cristianos qué tenemos que ver en todo esto?

En ocasiones creemos que la «ecología» es algo secundario, que lo importante para Jesús eran las personas. Pero tenemos que darnos cuenta de que preocuparnos por el medioambiente es hacerlo por las personas. Para quienes seguimos los pasos de Jesús hay algunos aspectos que nos debieran hacer más activos y activas en este campo.

Partiendo del comienzo, toda criatura fue creada por Dios, y cada una fue buena a ojos de Dios. La biodiversidad fue considerada buena por Dios y bendecida por Él para que sea fecunda y se multiplique. Primera actitud cristiana a tener en cuenta, la gratitud hacia Dios por el regalo de la Tierra. Y, a la vez, el encargo del cuidado de la Creación.

Pero más allá de esta visión, un tanto simplista, se da en el mundo una realidad de desigualdad, de desequilibrio medioambiental que no nos puede ser indiferente. Cuando decidimos luchar por la dignidad de las personas no podemos dejar a un lado la repercusión económica del uso de la tierra por parte de unos pocos. La dignidad de los y las campesinas, la de las personas desplazadas por la falta de recursos naturales en sus regiones o países, la proliferación de conflictos armados por conseguir el poder sobre los recursos, las luchas políticas sobre las leyes comerciales y de explotación injustas con las personas más débiles. Educar medioambientalmente es también hacer visible toda una serie de problemáticas que ya Jesús, desde los evangelios, nos envió a combatir.

Hablamos de educar para la sostenibilidad, la del planeta y la de las personas que lo habitamos. Es una responsabilidad individual y colectiva, para cada cristiano y cristiana, para cada una de nuestras comunidades.

Cuando enseñamos a reciclar en casa estamos haciendo un acto de solidaridad, de respeto… es un gesto cívico que repercute en el bienestar del resto de personas que conviven con nosotros y nosotras. Cuando reducimos nuestro consumo para generar menos residuos, estamos también provocando un cambio en el sistema de los mercados, estamos combatiendo un sistema que creemos injusto. Cuando vamos a comprar y nos fijamos en la procedencia de lo que compramos, en la necesidad real que tenemos, en las modas, en el reparto justo de la riqueza, entonces nos estamos cuestionando nuestra repercusión en el mundo. Cuando decidimos vivir de una manera más justa, más sostenible, más ecológica, estamos apostando por vivir al estilo que Jesús nos propuso.

Cuando nos manifestamos para criticar leyes injustas motivadas por el comercio, los negocios, el dinero; cuando apostamos por el uso de energías renovables, sostenibles y equitativas; cuando promovemos proyectos sociales que ponen a las personas en el centro, y el cuidado del entorno; cuando nos implicamos en ser un poco más solidarios, compartiendo, reutilizando… entonces estamos educando medioambientalmente.

Seremos comunidades más ricas, más felices, más sanas, cuando seamos capaces de convivir con nuestro entorno de una manera más sostenible, que nos lleve también a una relación con las personas más cercana, más co-responsable, más solidaria.

El papa Francisco lleva tiempo ya planteándonos a los y las cristianas la necesidad de un cambio en nuestros estilos de vida que pasan inevitablemente por educar a los más pequeños, educar en nuestros procesos, educarnos medioambientalmente. No podemos olvidar su encíclica Laudato si sobre el cuidado de la casa común.

«Una autentica fe –que nunca es cómoda ni individualista- siempre implica un deseo profundo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita» (Papa Francisco, 2014).

Para la reflexión personal y grupal

  • ¿Cuál ha sido tu recorrido «ecológico»? ¿Qué recuerdos o experiencias has vivido en tu caminar en los procesos, comunidades…?
  • ¿Cómo vives la encomienda de Dios de cuidar su más preciado regalo?
  • Solidaridad con los pueblos del sur, proyectos de cooperación internacional, promoción de la mujer, integración social de menores y jóvenes… ¿dónde cabe la educación medioambiental?
  • ¿Qué importancia debemos darle? ¿Qué importancia le das tú?
  • ¿Qué pasos en nuestra «corresponsabilidad sostenible» podemos ir dando a nivel personal, comunitario, de Iglesia?

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