Editorial, Pactemos, es urgente – Juan Carlos de la Riva

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Juan Carlos de la Riva

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Pactemos, es urgente

En tiempo de pandemia, de crisis global con sus consecuentes dosis de incertidumbre y sufrimiento se hacen necesarias voces claras y potentes que iluminen el presente empujándolo al futuro. En tiempo de pandemia ha resonado la propuesta de Francisco a generar un pacto global para la educación. Estaba lanzada desde meses atrás, pero cobra más relevancia cuando la humanidad se resiente.

A esta propuesta valiente y soñadora, suma Francisco la reflexión certera invitando a toda la humanidad a hermanarse como única familia. Las claves son las mismas que las desarrolladas para el cuidado del planeta en la Laudato sii, pero ahora en clave de política y economía, de relaciones igualitarias y justas, de construir una cultura abierta e inclusiva, acogedora y solidaria.

Un pacto consiste en unir fuerzas hacia un proyecto común. La Iglesia tiene una larga tradición educativa y desde ella se propone a la humanidad un esfuerzo por poner a la persona en el centro de la educación, a suscitar en ella la pregunta que lleve a la escucha y apertura hacia el otro en un diálogo fecundo que cambie el mundo. Se nos habla de un pacto para acordar que la educación no sea mercantilismo ni utilitarismo, que no reproduzca los patrones que llevan a la humanidad a callejones sin salida, sino que la haga brillar con su fuerza transformadora. Se reabre la esperanza con la que Nelson Mandela dijera aquello de que «la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo». Los que andamos entre aulas y pasillos, patios y gimnasios, pizarras y portátiles sabemos bien que sin una gran dosis de utopía no estaríamos acompañando a los niños, niñas y jóvenes para construir un futuro mejor. 

Se trata de un pacto que aúne a generaciones, a docentes de todas las culturas y planteamientos, a disciplinas diversas para la investigación y el desarrollo. Se trata de acordar qué persona necesita la humanidad y qué aldea necesita esa persona para crecer y desarrollarse como persona abierta al otro en la escucha y el diálogo.

Se trata de crear una escuela en salida a la realidad del mundo con sus grandísimos retos y desafíos, que solo pueden ser afrontados desde la fortaleza de un nuevo humanismo que ponga a la persona en el centro y la entienda como ser en relación abierta a los demás. Hemos sido creados para vivir para los demás y al servicio de los demás, en una sana reciprocidad que nos hace felices al tiempo que construye una nueva familia humana. 

Se propone educar para la pregunta, se trata de cultivar el deseo de obtener respuestas a las grandes preguntas. Nuestra civilización parece estar adormeciendo la sensibilidad: ha herido nuestra memoria para rememorar el pasado y nuestra imaginación para crear la utopía en nuestra mente y desearla. La superficialidad lleva a insensibilidad y, por último, incapacidad de compasión al sufrimiento y acceso cortado a la fe. Es a nivel de disposición para el cambio donde la persona hoy, especialmente los jóvenes, corren mayor peligro de estancamiento. Por eso urge una educación de ese deseo de más. «Es necesario formar personas que sepan reconstruir los vínculos interrumpidos con la memoria y con la esperanza en el futuro, jóvenes que, conociendo sus raíces y abiertos a lo nuevo que llegará, sepan reconstruir una identidad presente más serena». (Instrumentum laboris del Pacto Educativo Global). 

Hace falta también una educación de los modos de pensar, para que se entienda la unidad en la diferencia, para que se capte la necesidad de que las diferencias se enriquezcan mutuamente y superen su mutua indiferencia que lleva al relativismo. Educar para el diálogo que tome la paz social y la justicia como referentes éticos. Educar la mentalidad de que un mundo mejor puede ser construido, que el mundo puede cambiar. 

Hace falta, además, una inversión radical que ponga la educación no al servicio utilitarista de la producción y el mercado que genere más consumo, sino al servicio del cambio social. Una educación para el servicio a la comunidad, donde el prójimo es tanto la vía como el camino de la educación.

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