Al comienzo de este editorial llega la noticia del fallecimiento de Julio Anguita, uno de los políticos que más ha destacado por su honestidad y su coherencia. Junto con la información, llegan también algunos vídeos, y me fijo en especial en uno dirigido a los jóvenes, grabado hace ya unos diez años. Nos citaba el informe Petras, de 1996, hace ya tiempito, y nos decía que esta (aquella) generación va a ser la primera generación en mucho tiempo que va a vivir peor que lo que vivieron sus progenitores. También nos decía que esta generación está criada entre algodones, no sabe luchar. Por tanto, «esto no tiene futuro», resumía el político. Chavales, no tenéis futuro alguno salvo que cambiéis y luchéis.
También llega a mis manos estos días un informe surgido de la colaboración entre la agencia Barna y World Vision, realizado a 15000 jóvenes de entre 18 y 35 años de los cinco continentes.
Para la mayoría de las personas de la generación, la familia va detrás de la carrera y de la formación. Pero me cuestiona más el dato que se refiere a los sentimientos. Una de cada cinco personas de la muestra total «tiene ansiedad», aunque parece que los adultos jóvenes de las diferentes culturas de Europa occidental tienen una situación mejor. Parece que los deseos de autorrealización y de vivir desde la propia vocación van por delante de la necesidad de establecerse y adquirir seguridades.
Otros datos más: en el informe Jóvenes españoles entre dos siglos, el último de los publicados por Fundación SM, en 2016, se daba un dato a mi parecer escalofriante: casi el 80% de los jóvenes no están adscritos a ninguna asociación, no pertenecen al entramado asociativo de nuestra sociedad. Algunas otras conclusiones aparecen en estas imágenes: series, amigos y música son sus prioridades, la inquietud política sigue desaparecida, se consideran consumistas y preocupados por su imagen y las cosas más importantes las escuchan en la familia y en los amigos/as.
Si hemos tenido algún hijo/a adolescente en casa durante el confinamiento, habremos comprobado su capacidad para aislarse en un mundo mezclado de videojuegos, vídeos de Youtube y La casa de papel y otras series de moda. Y también hemos comprobado con sorpresa que a algunos de ellos les costaba salir de casa cuando ya nos dejaron hacerlo en alguna medida.
Vuelvo a formular entonces la pregunta ¿cabe la propuesta evangelizadora en el tiempo libre de los jóvenes?
Hasta ahora la Iglesia ha sido una fuente socializadora a través, sobre todo, de sus procesos de evangelización que utilizaban un remix de voluntariado, naturaleza, metodologías activas, voluntariado, caminadas y, sobre todo, vida de grupo. Muchos de estos grupos se mantienen, y muchas de las familias siguen apostando porque sus hijos e hijas vivan lo que ellos y ellas vivieron en su día. Sin embargo, también vemos que cada vez con más frecuencia no se vinculan de un modo más comprometido a partir de los 18 años o, si lo hacen, la duración de su compromiso decrece, mientras aparecen otros intereses vinculados con su mundo de relaciones o su deseo de viajar y conocer. Los grupos de tiempo libre, scouts, movimientos congregacionales, grupos parroquiales, etc. pasan también por su gran crisis.
Sin embargo, no es tiempo para el lamento sino para la adaptación y reacción. Hagámonos la pregunta correcta sobre cuáles son las posibilidades que el nuevo modo de afrontar el ocio en los jóvenes ofrece a la misión evangelizadora de la Iglesia. A mí se me ocurren varios territorios a explorar:
El que invita a vivir en primera persona el gran relato de la vida entendida como una narración que debe tener final feliz para uno mismo y para todos y todas. Ese deseo de autorrealización puede ser convertido en entrega heroica. Acerquémonos desde su tiempo libre a los nuevos referentes y héroes que van surgiendo en mitad de la crisis como la actual.
El que tienen que ver con el redescubrimiento del rostro del otro, el más cercano: una pastoral del tú a tú y del grupo pequeño, espacios de calidad comunicacional significativos, tanto como lo sean la familia y los amigos/as. El confinamiento nos ha proporcionado nuevas herramientas para la charla, el contacto, el diálogo en pequeño grupo: sigamos por esta vía.
El que se asoma al mundo interior, ofreciendo iluminación para las ansiedades, creando espacios de interioridad y de experiencia de Dios, que ayudarán a reconstruir un lenguaje nuevo religioso. También esta crisis ha propiciado soledades y búsquedas de propuestas y de sentido que hay que saber escuchar y acompañar.
El que se acerca a las heridas del mundo, especialmente tras esta grandísima crisis mundial, invitando a los jóvenes a reservarse un tiempo de amar en la semana, aprovechando esta situación actual en que los grandes desafíos de la humanidad están en primer plano: Ecología, feminismo, globalización… de repente el espacio sagrado de la sociedad ha sido el hospital. Ofrezcamos una Iglesia hospital de campaña.
El que llega a través del móvil: una frase, un mensaje de ánimo, una pregunta… El que invita también a ser misionero digital, a que como joven aporte y sea protagonista de extender buenas ondas.
El que invita a los jóvenes a ser protagonistas de la misión de cambiar el mundo, a vivir su etapa de universitario con el tiempo enredado en comisiones, equipos de monitores/as, campamentos, campañas solidarias, voluntariados… pero donde sean auténticos líderes, acompañados por otros agentes de pastoral, pero voz autorizada en las decisiones sobre proyectos y acciones pastorales.
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