Editorial 541, Jóvenes profetas – Juan Carlos de la Riva

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Seguro que más de una vez hemos bromeado con aquel texto que habla de que «los jóvenes de hoy en día son unos tiranos, contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros», proponiéndolo en nuestras tertulias, buscando quien lo firme y se una a su discurso. Luego les hacemos caer en la cuenta con sonrojo de que, en realidad, son palabras pronunciadas por Sócrates en el siglo V antes de Cristo, y que tal coincidencia de pareceres, en contextos tan diferentes, nos desautoriza a la crítica y descalificación gratuitas. No son los tiempos, es la edad.

Podríamos hacer sin embargo el juego contrario, en positivo, y encontrar en el profeta Joel, más antiguo todavía, palabras de alabanza para los jóvenes: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños» (Hch 2,17; cf. Joel 2,28). Con esa preciosa cita comenzaba el documento final del Sínodo de 2018 sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Aunque hubo en ella más ancianos que jóvenes, sus profecías fueron escuchadas y sus visiones, tenidas en cuenta.

Es cierto que nuestra cultura con frecuencia descarta a los jóvenes (falta de oportunidades, de protagonismo, de acceso al mundo laboral, o a puestos de influencia…) y que esto genera su descontento, manifestado de múltiples maneras: a veces escapando del sistema y haciendo mundo aparte entre sus intereses, y otras con reivindicaciones más violentas poblando titulares.

Sin embargo, también es cierto que existe, y optamos en este número por hacerla más visible, una juventud que asume su liderazgo en las diferentes tareas transformadoras y lo hace con esperanza, alegría y valentía, con una denuncia social que hace pensar, y un anuncio alegre del Evangelio y su propuesta. Muchos de ellos y ellas son verdaderos testigos de nuevos estilos de vida y de propuestas de transformación. Para ellos y ellas nuestro número 541.

No escriben largos textos con frases subordinadas, eluden parapetarse bajo siglas, no filosofan desde la racionalidad, huyen del capital de los grandes mass media, no. Sus armas son sus dos pulgares, la foto que encontraron o la frase que les inspiró su corazón encendido por enfados o ilusiones. Algunos se han hecho influencers o líderes internacionales, otros influyen en sus círculos virtuales y reales de vida compartida. Muchos son también voluntarios, artistas y deportistas, animadores de otros grupos y siempre cómicos para sus amigos y amigas.

Y piden al mundo desde dentro del mundo, con el dolor de quien lo quiere disfrutar, ajenos a las razones de quien tiene más interés que razón, y con las claves de la adolescencia espiritual que no quieren perder: somos todos amigos y amigas, y necesitamos animales, aguas y estaciones para seguir compartiendo.

Y a la Iglesia no la aguantan cuando miente, o no hace lo que dice, es decir muchas veces no la aguantan.

Y «piden que la Iglesia brille por autenticidad, ejemplaridad, competencia, corresponsabilidad y solidez cultural. A veces esta petición suena como una crítica, pero a menudo asume la forma positiva de un compromiso personal por una comunidad fraterna, acogedora, alegre y comprometida proféticamente en la lucha contra la injusticia social. Entre las expectativas de los jóvenes destaca en particular el deseo de que en la Iglesia se adopte un estilo de diálogo menos paternalista y más franco» (DF 57).

Y «muchos jóvenes santos han hecho brillar los rasgos de la edad juvenil en toda su belleza y en su época fueron verdaderos profetas de cambio; su ejemplo muestra de qué son capaces los jóvenes cuando se abren al encuentro con Cristo» (DF 61).

A ellos y ellas nuestro pequeño homenaje. Con ellos liderando una pastoral popular que deje cancha a que su liderazgo pueda brillar.

La cita bíblica hablaba al mismo tiempo de jóvenes visionarios y de ancianos soñadores. Nietos que llevan en el coche familiar a los abuelos; abuelos que confían en la mano joven que guía y se interna por carreteras nuevas. Que no seamos nosotros los padres que no le dejan las llaves del coche por miedo a que lo rayen.

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