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Que no, que no esto va de una fiesta de cumpleaños. La Pascua está impregnada de la alegría del Resucitado pero, como dice el Evangelio de hoy («como no acababan de creer por la alegría»), la alegría también puede estorbar en estos momentos.
A veces uno no sabe cómo afrontar la Pascua. Por un lado, parece que nada ha cambiado. El mundo sigue igual, mi vida sigue igual. No se han resuelto ni los problemas ni las dificultades. Por otro lado, parece que estamos obligados a creer y sentir que de repente todo se tiñe de rosa. Y también es molesta esa sensación de obligatorio jolgorio.
Descubrir a Jesús Resucitado, como bien nos muestra el Evangelio, es un proceso, un proceso en el que hay que ir acercándose a la vida de Jesús, al Reino anunciado, a la Cruz y, posteriormente, a la experiencia de la Resurrección, en la que Jesús nos regala su paz. No creo que sea algo de un día para otro. Posiblemente nos lleve media vida o la vida entera, enterarnos de cómo va esto y calmar las dudas que a veces surgen. Pues sin miedo. Ellos, los apóstoles, también lo tenían en su estupefacción. Que el Espíritu nos guíe.