Joseph Perich
Dos pájaros reposaban felices en las ramas de un sauce. Uno de ellos se apoyaba en una rama en la punta más alta del árbol. El otro estaba en una de las ramas de más abajo.
Al cabo de un rato el pájaro que estaba en la rama más alta dijo:
-Oh, que bonitas son estas hojas tan verdes!
El pájaro que estaba en la rama inferior interpretó que era una provocación y le respondió de malas maneras:
-Estarás ciego. ¿No ves que son blancas?
El de arriba, muy molesto, le contestó:
-¡Tú sí que eres ciego! ¡Son verdes!
Y el otro, desde abajo, levantando el pico hacia arriba, le respondió:
-Me juego las plumas de la cola. ¡Son blancas! Tú eres miope.
El pájaro de arriba se daba cuenta que le bullía la sangre y, sin pensárselo dos veces, se precipitó sobre su adversario para darle una lección.
El otro no se movió. Cuando estuvieron bien cerca el uno del otro, con las plumas tiesas por la ira, tuvieron el acierto de mirar los dos hacia arriba, en la misma dirección, antes de empezar la pelea.
El pájaro que había bajado se sorprendió:
-¡Qué cosa más rara! ¡Mira por donde que las hojas son blancas!
Invitó a su compañero a subir:
-Ven hasta allí donde yo estaba antes.
Volaron hasta la rama más alta del sauce y esta vez, a coro, los dos dijeron:
–¡Fíjate! ¡Las hojas son verdes!
REFLEXIÓN:
Estaremos de acuerdo en que, mientras uno está más que convencido de que el vaso está «medio lleno», pueda haber otro que lo vea «medio vacío». Incluso podrían «llegar a las manos» para defender cada uno su punto de vista. No depende tanto del vaso de agua como de la percepción o de la mirada que se tiene de él. Nadie posee toda la verdad.
En el año 1968, sobre todo los que éramos jóvenes, vibra con las posibilidades de los cambios sociales y eclesiales que se estaban cociendo. Ingenuamente, pretendía cambiar el chip mental de mi madre, en cuanto a la oración familiar y personal. Ella me decía: «Tienes toda la razón… pero no me convence». Años después me he dado cuenta de que, antes de dar recetas a los demás, tengo que ponerme en su lugar, comprender el porqué lo ven diferente, buscar la parte de razón que tienen, darme cuenta de las carencias de mi punto de vista… de lo contrario es un «diálogo de sordos» bien estéril. Honradamente, ¿puedo pretender educar a los demás sin dejarme cuestionar por ellos o hacerlo desde la prepotencia?
El relato nos sugiere que puedo ver una misma realidad desde ópticas diferentes. La diversidad de miradas sobre lo mismo es enriquecedora e incluso ¡guay!
Pedro Crisólogo (s. V), refiriéndose al trabajo de Ananías en el proceso de conversión de Saulo (el futuro San Pablo), se expresa así:
«Mientras Ananías veía a Saulo, el Señor veía ya a Pablo. Cuando Ananías hablaba del perseguidor, el Señor sabía que era un misionero. Y mientras el hombre lo juzgaba como cizaña, Saulo ya tenía, por Cristo, un lugar en los graneros del Reino».