La felicidad que propone Jesús es muy diferente de la que se basa en acumular riquezas y también de la que proclamaban los letrados religiosos de su tiempo.
Los escribas enseñaban que había que librarse de la ira de Dios. Por el contrario, Jesús decía que Dios quiere que seamos felices. Y nos propone unas actitudes que rompen nuestros falsos esquemas de felicidad. Piense lo que piense la gente, la generosidad hace más feliz que el egoísmo. Las bienaventuranzas son el programa de vida que Jesús nos ofrece para ser felices. Esas propuestas para ponerse en camino de la verdadera felicidad se complementan en este evangelio de Lucas y en el de Mateo (5,1-12):
Felices los que no hacen de las riquezas un dios porque saborearán el espíritu del reino de los cielos.
Felices los que sufren con los que sufren, los que saben consolar porque recibirán consuelo.
Felices los que no devuelven mal con mal porque serán dueños de sí mismos.
Felices los que se proponen hacer la voluntad de Dios porque eso les llenará de gozo.
Felices los que son compasivos porque ellos también experimentarán lo que es la misericordia.
Felices los que son sinceros, honrados y leales, los que no engañan, porque su corazón limpio verá a Dios.
Felices los que buscan denodadamente la paz entre los hombres porque, al considerar hermanos a todos los hombres, serán hijos de Dios.
Felices los que aceptan incluso la incomprensión con tal de no caer en la injusticia o en la desobediencia a Dios, porque tendrán la comprensión de Dios
Por tanto, Jesús presenta un ideal que intuimos que contiene esa gran verdad de que una vida basada solo en la riqueza genera un gran vacío. Añoramos y necesitamos también otros valores más humanos y más humanizadores.
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”. (Lc 6,17. 20-26)
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