DOMINGO RAMOS: PERSEGUIDO Y CRUCIFICADO – Iñaki Otano

  • Se puede leer el texto evangélico completo de este domingo en una Biblia: Mateo 26, 14 a  27,66

 

  • O bien, se puede leer aquí el texto abreviado (Mateo 27, 11-54) a continuación de este comentario.

 

Jesús había proclamado: Felices los que sufren persecución por ser justos y buenos, porque suyo es el reino de Dios. No fueron meras palabras sino que lo vivió en su propia carne. ¿Será por eso un masoquista que parece disfrutar en medio de la persecución y el sufrimiento?

Jesús no disfruta sufriendo ni quiere el sufrimiento para nadie. Lo que sucede es que él se ha propuesto ser justo, es decir según la Biblia, realizar lo que Dios quiere de él: liberar a la gente de toda esclavitud, también de la esclavitud de las conciencias que pretendían las autoridades religiosas de su tiempo. No podría encontrar su felicidad traicionando su vocación para conseguir una mayor comodidad sino afrontando con fe y coherencia los obstáculos que se le ponían.

Hoy día cristianos de numerosos países sufren persecución violenta o ven recortados sus derechos cívicos por tratar de ser consecuentes con su fe. Pero la cruz no es exclusiva de los que viven bajo un gobierno o en medio de una masa que no respeta la diferencia de creencias religiosas. En nuestro propio ambiente “podría parecer que ser ridiculizados, tener que soportar una sonrisa irónica o sufrir discriminación son persecuciones casi inofensivas comparadas con las persecuciones sangrientas; sin embargo, a menudo ejercen un efecto disuasorio mayor porque la gente prefiere estar equivocada, pero con la mayoría, antes que estar en lo cierto y sola” (González-Carvajal). Sin perder de vista que a veces “perdonamos más fácilmente al que nos maltrata que al que nos desprecia, y a menudo amamos más los golpes que algunos reproches” (Beato Chaminade, fundador de los marianistas).

Por otra parte, en la propia vida se pueden ir experimentando las pequeñas muertes cotidianas, que es preciso aceptar para madurar y finalmente vivir, dando “un específico sentido redentor a todo signo de muerte” (Cencini). Y esos signos se dan, desde la paulatina pérdida de fuerzas con el paso de los años hasta la enfermedad y la vejez, pasando por la soledad afectiva, la pérdida de personas queridas… Depender de los demás sin avergonzarnos de tener necesidad, la liberación o transformación de muchas pretensiones e ilusiones, el tocar con la mano la fragilidad y precariedad de la vida pueden ser experiencias positivas, aunque, en un momento dado, sean dolorosas. Nos hacen gozar del amor y amistad de tantas personas buenas. “En la pequeña muerte cotidiana empieza a cumplirse un misterio: la integración-transfiguración del mal llega a ser preludio de resurrección, para sí mismo y para los demás. Y la redención continúa”.

Pero no todo sufrimiento es positivo. Como dice Voillaume (1905-2003), “hay sufrimientos que no son cruces, sino pesos insoportables que aplastan al hombre; hay sufrimientos que reprimen e incitan a la rebelión. Estos sufrimientos son un mal, un escándalo, como el pecado”.

Pasión del Señor  (Mt 27, 11-54)

 

            En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

  • ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús respondió:

  • Tú lo dices.

Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

– ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?

            Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la Fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

  • ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?

Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

  • No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.

Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

  • ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?

Ellos dijeron:

  • A Barrabás.

Pilato les preguntó:

  • ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?

Contestaron todos:

  • Que lo crucifiquen,

Pilato insistió:

  • Pues ¿qué mal ha hecho?

Pero ellos gritaban más fuerte:

  • ¡Que lo crucifiquen!

Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

  • Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!

Y el pueblo entero contestó:

–   ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía. Lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

–   ¡Salve, rey de los judíos!

Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: “La Calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo se repartieron su ropa echándola a suerte y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían meneando la cabeza.

  • Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

  • A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?

Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

  • Elí, Elí, lamá sabaktaní.

(Es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

            Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:

  • A Elías llama este.

Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió un esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:

  • Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.

Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

  • Realmente este era Hijo de Dios.