DOMINGO DE RESURRECCIÓN B, PASAR DE LA MUERTE A LA VIDA – Iñaki Otano

Al ver el sepulcro vacío, el discípulo vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

            Cristo, el crucificado, ha vuelto a la vida. Cristo vive. Nuestra muerte, nuestro mal, han sido vencidos. A partir de la resurrección de Jesús hay esperanza para el enfermo, para la víctima de la violencia, para el injustamente tratado, para el traicionado. Cristo ha resucitado y cada uno de nosotros está llamado a resucitar.

            Creer en la resurrección de Jesús significará plantearse la vida de modo distinto al que se plantea alguien que no cree en nada. Supondrá educar a los hijos en la generosidad; buscar en la profesión no solo el propio bienestar sino también cómo servir mejor a los demás; contribuir a quitar del propio entorno y del mundo las raíces de la infelicidad.

            Los que creemos en el resucitado tenemos que vivir como salvados, como personas llamadas a la vida. No tenemos que ser de los que no ven nada bueno en el mundo y en los demás, de los que todo lo ven mal.

            No se trata de ponerse una venda en los ojos para no ver la realidad cuando sea negativa. Pero tampoco de pensar siempre mal de los otros, de no tener nunca una palabra de elogio o de ánimo, de no querer disculparse nunca.

            El discípulo Juan dice, en una de sus cartas, que conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida si amamos a los hermanos. Y amar a los hermanos lleva consigo ponerse en su lugar, perdonar, mostrar la comprensión que Dios tiene con nosotros.

            Pablo afirma que el amor no muere nunca. Lo que perdurará de nosotros, lo que resucitará será lo que hayamos puesto de amor en nuestra vida.

            Ante las noticias tristes, noticias de muerte, que nos llegan cada día, podemos estar tentados de pensar que la muerte ha invadido nuestro mundo y lo tiene atrapado. Eso llegaron a pensar los discípulos, que no habían entendido a Jesús y creyeron que la muerte de este era el final. Pero tuvieron que cambiar de idea porque experimentaron que Cristo vive, que Cristo ha resucitado.

En aquel tiempo el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro: se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro: vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

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