Es muy conveniente identificarse con alguno de los personajes que salen en los Evangelios, para así vivirlo más desde dentro. En esta ocasión te propongo que te identifiques por un momento con aquel siervo del gran Señor que recibió solamente 1 talento. ¿Dispuesto?
Y desde ahí, nos hacemos alguna pregunta importante. Por ejemplo…
¿Qué te han dado?
Un talento. Mira tu vida, mira lo que tienes como bienes materiales: tu casa, tu habitación, tus enseres personales, tu móvil, tu moto o coche si lo tienes… También es un bien material el milagro de tu cuerpo, tus manos, tus pies, tus ojos, el misterio de tu cerebro… Mira también tus capacidades, tus estudios, tus memorias y tus sueños de futuro, tu capacidad para emocionarte y para amar… Todo eso te han dado.
¿Qué te parece lo que te han dado?
Si te comparas con aquél que recibió diez veces más, quizá no estés contento. Siempre hay gente más rica, más guapa, más valiente, más exitosa,… puedes elegir compararte con los que están por encima. Siempre que nos preguntan si somos ricos pensamos inmediatamente que hay gente mucho más rica que nosotros. Te aconsejo que pruebes a medir en qué puesto de rico estarías si eso se pudiera medir: richgloballist es una página web que te propone esa experiencia. (https://web.archive.org/web/20200103064843/http://www.globalrichlist.com/ )
Un talento era el equivalente a 6000 denarios. Si tenemos en cuenta que 1 denario es lo que se cobraba por día, 6000 denarios es el equivalente al salario de 20 años. Si fuera de 2.000 euros al año, hablamos de 600.000 mil euros. ¿Te sigue pareciendo poco? Aún así, ¿cuánto valen tus ojos? ¿Y tus sueños?
¿Quién te lo ha dado?
No se te escapa que Jesús habla del Señor o amo para hablar de Dios. En nuestra sociedad hemos descartado esta posibilidad de que las cosas, la vida, todo venga de Dios. Choca con nuestra mentalidad productiva donde todo lo hacemos nosotros, todo es una conquista y por tanto una propiedad. Nos dieron la tierra y la parcelamos en pequeños trozos repartidos en función de unos dudosos méritos que tienen más que ver con la fuerza bruta, la astucia oscura o la suerte injusta, que con verdaderos esfuerzos personales para merecer tal título de propiedad. Sin embargo nos ponemos la medalla del “me lo merezco”, “es mi conquista”, y así nos ahorramos el fastidio de tener que agradecer nada. Lo peor de ser ateo no es que no creamos en Dios (en realidad eso a Jesús parece no importarle) sino que si no hay Dios, la tentación de endiosarse es demasiado irresistible. Ser creyente sin embargo es saber que yo no soy Dios.
¿Cómo es tu relación con quien te dio? ¿Cómo ves tú a Dios?
Quizá se parezca a la de este empleado: él piensa que Dios es demasiado exigente, quiere recoger donde no ha sembrado. Seguramente este empleado también piensa que es injusto. Por ejemplo puede pensar ¿por qué a mí sólo uno, y a otros 10 o 5? ¿Por qué trabajar para él? ¿Por qué pide más de lo que me dejó? Se habla de miedo, pero podemos imaginar también el resentimiento, la incomodidad de tener que presentar cuentas, la envidia para con el resto de obreros, la vergüenza de presentar su desmotivación… Ahí tienes lo tuyo, le contesta al ser requerido. Casi se lo arroja al suelo. Nunca pensó que ese dinero fuera suyo. Nunca hizo propia la causa de Dios. Nunca se sintió colaborador de su negocio, de su proyecto, de sus planes.
¿Cómo te ve Dios a ti?
Es impresionante en esta parábola que a pesar de que el primero duplicó de cinco a diez talentos (¡equivalente a un salario de 200 años de trabajo!), y el segundo de dos a cuatro (¡equivalente a un salario de 80 años de trabajo!), el señor de la parábola les dice que han sido fieles en lo poco. Todo el afán de los obreros le parece poco al Señor. Pero valora infinitamente su fidelidad, su empeño, el haber participado de sus planes, haber colaborado con su proyecto creador. Y les dará un cargo importante, pero ¿qué puede haber más importante que gestionar 6 millones de euros? Y además, el honor de comer a su mesa, un gran banquete.
Sin embargo quizá tú no lo hiciste. Quizá sólo sepas trabajar para ti, y no trabajar para otro, o trabajar en común, formar parte de un proyecto, de un equipo, de una comunidad que construye algo grande. Me gustaría recordarte que los negocios del Señor se llaman Reino de Dios, que traducido al español del secular mundo de hoy podríamos llamar Mundo Fraterno, de hermanos y hermanas, con justicia, paz, libertad, dignidad y felicidad para todos y todas. Pero eso no te ha interesado. Por eso mereces ser llamado negligente y holgazán, y no fiel y cumplidor, como los otros.
¿Cómo te quedas?
Me imagino que con mal cuerpo. Era la idea. Es lo que Jesús quería, que te sintieras autoexcluido de un banqueta, avergonzado ante ti mismo, y con ganas de empezar la historia de nuevo.
¿Y si lo intentas? ¿Y si le dices al Señor: Podrías darme otro talento? ¿Y si ya lo tienes en tus manos? ¿Y si te diera diez?
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó.
El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”.
Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor “.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. (Mt 25, 14-30)
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