DOMINGO 31 B, Lo más importante – Iñaki Otano

Entre los israelitas, había una sentencia que todos tenían que aprender de memoria, repetirla al levantarse y al acostarse y tenerla escrita a la puerta de casa para recordarla. Incluso algunos la llevaban grabada en una cinta que se ponían en la frente y en las muñecas. Esta sentencia, que transmitían padres a hijos y nadie olvidaba, era: “El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”.

            En su conversación con el maestro de la ley, a lo que todos recitaban Jesús añade: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Es un añadido que aquel letrado de buena voluntad acepta de lleno porque ha entendido el pensamiento de Jesús: el amor a Dios y el amor al prójimo van unidos. Y eso vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

            De nada sirven las devociones y las prácticas si se ha perdido ese doble amor a Dios y al prójimo. San Pablo llegó a decir que, aunque me dejase quemar vivo, si no tengo amor no soy nada.

            Dios debe ocupar un lugar preferente en nuestra vida. Para encontrar y ayudar a encontrar un sentido de la vida será importante dialogar y familiarizarse con un Dios Padre bueno. Amar a Dios supone también hacer su voluntad, procurar que nuestra conducta no se desvíe de lo que Él quiere. Y, cuando nos sentimos débiles e incapaces, nos confiarnos a su misericordia porque su amor siempre es más grande que nuestra debilidad.

La segunda parte del gran mandamiento es: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No se entiende el amor a Dios sin el amor al prójimo. No hay que hacer a nadie lo que no me gustaría que me hiciesen a mí y hay que tratar a los demás como quiero que me traten a mí.

El amor al prójimo es una seña de identidad del creyente. De los primeros cristianos decían: “Mirad cómo se aman”. Ese amor mutuo no tiene que quedarse en nuestro círculo sino que tiene que convertirse en estima a todas las personas, aunque no sean de nuestra familia o de nuestros amigos. Jesús alienta a sus discípulos a amar también a los enemigos.

Un gran ecumenista, ejecutado por los nazis, Dietrich Bonhoeffer, escribía estando ya en prisión: “nuestra existencia cristiana constará hoy solo de dos cosas: rezar y hacer justicia en medio de los hombres”.

En aquel tiempo un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió Jesús: “el primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que estos”. El letrado replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. (Mc 12, 28-34)

 

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