Domingo 29 del tiempo ordinario – Iñaki Otano

Un juez distinto

Iñaki Otano

Domingo 29 del tiempo ordinario

 

En aquel tiempo, Jesús para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”. Y el Señor respondió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto: pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. (Luc 18, 1-8).

          Nos indignan las sentencias judiciales dictadas sin alma y sin tener en cuenta las circunstancias, a veces dramáticas, en que se encuentran las personas y las familias. Los desahucios, la indefensión ante la ley ciega, las sanciones desproporcionadas y de graves consecuencias por infracciones inevitables para sobrevivir, las dilaciones de la justicia que la convierten en flagrante injusticia, la disparidad de criterios sobre el mismo tema entre unos jueces y otros…  son cuestiones reales.

En la parábola, dos situaciones extremas, reflejo de toda una sociedad: por un lado, un juez corrupto, indiferente a la suerte que corren las personas más desfavorecidas; por otro, una viuda, ejemplo de las personas peor tratadas y más pisoteadas en sus derechos por parte de los ciudadanos, de los jueces y de las instituciones.

A aquella gente, que corría el riesgo de imaginarse a Dios como un juez arbitrario o inhumano, como algunos de los que ya conocían, Jesús quiere dejarles claro que la justicia de Dios es muy diferente.

A menudo se pretende ablandar el corazón de los jueces rigurosos con presiones y protestas, que, a base de insistir, hasta pueden obtener algún resultado. Ante Dios no necesitamos estrategias especiales ni artimañas. Su justicia se define como misericordia. No hay que empeñarse en buscarse excusas cuando uno ha hecho lo indebido.

Dios no es intolerante sino comprensivo. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo. “Toda religión o persona que se vuelve intolerante pierde su autoridad para hablar de Dios” (López Azpitarte).

Sin ser un flojo que nunca se exige nada a sí mismo y, en consecuencia, está siempre a merced de todas las ventoleras, hay que reconciliarse con las propias sombras, saber relativizarlas y no perder la paz por ellas. El mismo teólogo moralista Eduardo López Azpitarte dice que “a quien ha sido capaz de reconciliarse con sus propias sombras le quedará siempre un espacio para la misericordia y compasión con las debilidades ajenas”.

Es verdad que nuestros fallos, nuestras incongruencias y nuestro pecado tienen una repercusión social. Pero también es verdad lo que decía Chesterton (1874-1936) y han experimentado muchos santos y santas, muchos hombres y mujeres débiles pero confiados en la misericordia: “La Iglesia no es la asamblea de los puros, sino el hospital de los pecadores”: