Domingo 27 del tiempo ordinario C – Iñaki Otano

Vivir la fe hoy

Iñaki Otano

Domingo 27 del tiempo ordinario C

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: ‘En seguida, ven y ponte a la mesa?’. ¿No le diréis:’Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?’. ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’”. (Lc 17, 5-10).

 

          Auméntanos la fe, es la súplica de los discípulos a Jesús y es también el deseo, suficientemente explicitado o no, de muchos que buscan. Según el sociólogo Javier Elzo, aunque todos veamos que el descenso de la práctica religiosa es muy significativo en general, y en concreto en la juventud, llama la atención que quienes toman en serio la religión como modo de vida forman parte del colectivo de jóvenes más felices.

          Sin embargo, el teólogo alemán Jürgen Moltmann señalaba hace años que la característica cultural más peligrosa de nuestro tiempo es la “apatía”, el déficit de pasión, de deseo. Se manifiesta  en tres tipos de fenómenos relacionados entre sí: olvido del sufrimiento ajeno, ausencia de compasión e incapacidad de padecimiento por algo que ayude a vivir a los demás.

Aumentar la fe supone ir ganando en una confianza última fundamental en el Dios que nos quiere entrañablemente y orientar la propia vida hacia el amor y su aprendizaje. Pero en bastantes jóvenes, como en la sociedad en que viven, aunque se den actitudes de generosidad admirable, también “existen síntomas claros de desorientación, de falta de motivación, de vacío y soledad, de aburrimiento, de falta de consistencia personal, de un nihilismo y relativismo soterrados, que apenas pueden ser ocultados por los momentos de diversión perseguidos casi compulsivamente… No es precisamente una vida cargada de pasión e interés la que disfruta la mayoría de los jóvenes” (Pedro J. Gómez Serrano).

​Ya en la segunda mitad del siglo pasado, un Papa humanista, Pablo VI, calificó de “drama de nuestra época” la dificultad para establecer una relación armónica entre la fe y la cultura. No se admite fácilmente que el evangelio no solo no va en contra de las aspiraciones legítimas de la persona y de la cultura, sino que promueve decididamente todo lo que las hace más humanas.

 Por eso, el diálogo de la fe con la cultura moderna es una exigencia evangélica. Como dice el salesiano Emilio Alberich, se realiza aplicando con honestidad la doble ley de la continuidad y la ruptura: continuidad  con todas las aspiraciones y los legítimos valores transmitidos por la cultura moderna (por ejemplo: libertad, democracia, participación, respeto al pluralismo, cultura de la corporeidad, reconocimiento de la igualdad de la mujer)); ruptura y denuncia de cuanto en la mentalidad y en las costumbres atenta contra la dignidad del hombre y contra la afirmación de los valores del Reino, que son: amor, comunión, justicia, verdad, paz, reconciliación, promoción integral”.

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