Cuatrocientas noventa.
Sí, es una multiplicación sencilla. 70 x 7 = 490
Ya sé lo que estás pensando: Jesús era un exagerado.
Efectivamente, lo era.
Cuando habló de ser fermento en la masa habló de un poco de levadura para «tres medidas de harina». Cada medida de harina servía para hacer unos 35 kg de pan o bizcocho. Tres medidas… ¡Menudo bizcocho!
Cuando habló de sembrar el grano en terreno bueno, habló de dar el 30, el 60 o hasta el ciento por uno. Cualquier campesino optimista se vería contento si de cada semilla sembrada salieran diez nuevas semillas, si de cada saco gastado en la siembra obtuviera 10 en la cosecha. Jesús puso 100.
Cuando habló de dejar cosas para seguirle: personas, casas, riquezas… Jesús afirma que siguiéndole a él tendrás cien veces más, y además, la vida eterna.
Cuando habló de los talentos entregados a cada ser humano, habló de 10 talentos. Cada talento equivalía a unos 20 kg de oro. 200 kg de oro equivalen hoy a 2 millones trescientos mil euros.¡En el evangelio de hoy se habla de una deuda mil veces diez talentos!
Cuando comparó la alegría de los ángeles por un pecador arrepentido, la ponía por encima de la alegría que producían 99 personas buenas y santas.
No hace falta seguir. Jesús es un provocador. Su lenguaje remueve, hace pensar, pone patas arriba nuestra manera de medir las cosas. Jesús propone un evangelio que revoluciona y redimensiona todo. Jesús promete una alegría que desbanca cualquier felicidad enlatada en las mercaderías.
Y hoy nos habla de perdonar muchas veces una misma ofensa. Sorprende. Yo, si alguien me mete el dedo en el ojo una vez, puede que le perdone. Si lo hace dos veces, me iría enfadando. Y si lo hace una tercera vez, le doy un mamporro. ¿Cómo dejar que te metan el dedo 490 veces, y seguir perdonando?
Jesús hoy nos dice que perdonar es el camino a la alegría, aunque a veces apetezca más la venganza fría y dura.
El otro día creo que le hice pensar a un joven sobre esto. Estaba rabioso contra una profesora de la universidad, que aparte de ser bastante mala como docente, le había hecho sufrir con unas notas muy bajas a pesar de los grandes esfuerzos que había hecho. Me cuenta que un día hasta la hizo llorar cuando él se atrevió a echarle en cara un montón de acusaciones, delante del resto de alumnado. Y que ya ni la miraba por el pasillo, y que le deseaba cualquier clase de mal.
Hablas desde tu rabia, le dije, desde tu herida. Pues claro, me contestó. Intenté hacerle pensar.
Se puede hablar desde un corazón compasivo. Podrías haber pensado… ¡qué pobre profesora que no sabe hacer bien su trabajo! ¡No sabe ganarse a sus alumnos! ¡No sabe más que parapetarse en los suspensos! He ahí una profesional infeliz, seguro. Cuando uno mira así, se despierta en uno mismo lo que todos llevamos dentro, las ganas de amar.
Se puede hablar desde un corazón necesitado. Podrías haberle confesado, sin acusarla, lo angustiado que estabas con esa asignatura; podrías haberle pedido ayuda, consejos para estudiar mejor, orientaciones en lo que no entendías… Cuando uno se hace pobre ante el otro, se despierta en el lo que todos llevamos dentro, las ganas de amar.
Se puede hablar desde un corazón esperanzado. Podrías haber recordado tus objetivos de vida más positivos y hablar desde ellos: aprobar, estar a gusto en clase, aprender… Y la esperanza te habría quitado el rencor y habría puesto en marcha la imaginación para conseguir cumplir tus objetivos a pesar de cualquier circunstancia.
No, no se trata de perdonar una vez. Se trata de ganar para uno mismo la actitud del perdón.
El perdón da autoridad. Cuentan que Schlinder, en la película famosa de La lista de Schlinder, salvó a algunos judíos de ser fulminados por metralletas de un modo indiscriminado y aleatorio convenciendo al oficial de que el perdón le daba aún más autoridad que el poder sobre la vida y la muerte. Por un momento funcionó en aquella mente perversa que jugaba a matar judíos desde su balcón. Algo parecido debió suceder con Calígula, a quien Séneca logró convencer en alguna ocasión de que perdonando tendría más poder que matando.
Termino con un cuento.
Un día, Juan entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. Su padre, lo llamó. Juan, lo siguió, diciendo en forma irritada: – Papá, ¡Te juro que tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo! Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: – Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos.
¡No acepto eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela. El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso: – ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó. El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como el tendedero estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. Cuando, el padre regresó y le preguntó:
– Hijo ¿Qué tal te sientes? – Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de la mano y le dijo:
– Ven conmigo quiero mostrarte algo. Lo colocó frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo…. ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo:
– Hijo, como pudiste observar la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos. Ten mucho cuidado con tus pensamientos porque ellos se transforman en palabras. Ten mucho cuidado con tus palabras porque ellas se transforman en acciones.
Ten mucho cuidado con tus acciones porque ellas se transforman en hábitos. Ten mucho cuidado con tus hábitos porque ellos moldean tu carácter. Y ten mucho cuidado con tu carácter porque de él dependerá tu destino.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
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