Al encuentro de quien se perdió
Iñaki Otano
Domingo 24 del tiempo ordinario C
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido’. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. (Lc 15, 1-10)
Quizá dejar a las noventa y nueve ovejas en el campo a su aire, sin que nadie las vigile, para lanzarse a buscar la descarriada, no sea lo más prudente. Se corre el riesgo de que se disgreguen y, en medio de la confusión, se pierdan algunas más. Para justificar la decisión del pastor, algunos han dicho que la oveja extraviada era la más gorda, la mejor, y, debido a ello, la más apreciada. Por eso, este último la habría ido a buscar sin medir los peligros.
Pero, en la parábola, la oveja por la que vale la pena arriesgarse no es que tenga virtudes especiales sino que es amada de modo especial precisamente por haberse perdido. Y lo provocativo para aquellos fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús se acercaba a los publicanos y pecadores, es que Jesús manifieste sin ambages que los que ellos menosprecian son los preferidos de Dios.
Dios ama a todos sin excepción pero se desvive especialmente por los que no cuentan con el favor de los oficialmente buenos, de los que se permiten juzgar a los demás y se erigen en escatimadores de la salvación. Por gracia para nosotros, la actitud de Dios es generosa, acogedora y compasiva, con debilidad especial por el más vulnerable.
Jesús recuerda constantemente, en esta y otras parábolas, que el mensaje que él anuncia no es una religión puritana y mercantilista que abandone a los que son tachados de pecadores indeseables y que parece que se alejan del buen camino. Nuestro Dios no es un amo severo que da a cada uno implacablemente su merecido. Lo que caracteriza al Dios Padre que Jesús da a conocer es la gratuidad y la misericordia, ir a buscar con enorme cariño a la oveja extraviada.
Además, el clima que Jesús propone en nuestra relación con Dios y en nuestro modo de vivir la religión no es sombrío sino festivo: el pastor está muy contento, carga gustosamente con la oveja sobre sus hombros, proclama su alegría a amigos y vecinos. Según Jesús, esa misma alegría se vive en el cielo cuando alguien desata las cadenas que en el fondo le mantenían triste. Dios es alegre.
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