Si digo que nuestros políticos no están a la altura, no estoy siendo muy original. Más bien estoy cayendo en el común de las opiniones sobre nuestros representantes. Alguien dirá que son los que nos merecemos. Otros alertarán contra la desafección e indiferencia que causa criticar a la clase política. También hay quien nos dirá que la crisis no es sólo de políticos, sino de la sociedad en general, que ha perdido sus valores (si alguna vez los tuvo más claros…) y cae rodando pendiente abajo hacia la anarquía y el relativismo moral.
Sin embargo, esto mismo podría haber sido dicho hace cientos o miles de años. Igual que Séneca ya se quejaba de la juventud de su tiempo, también el Evangelio de hoy nos habla de una crisis de pastores y de un pueblo desamparado que hambrea orientación, palabras de sentido a sus vidas, en mitad de los sinsabores y sufrimientos. Y es que necesitamos encender de nuevo la esperanza.
Quizá sea eso un pastor, alguien que simplemente enciende la esperanza y da razones para seguir luchando. Alguien que arremeta contra los congeladores de sueños, contra los quebrantadores de la imaginación utópica, contra el escepticismo reinante, y simplemente propone a la gente un sueño nuevo y bueno, un soñar juntos. Alguien que sea capaz de despertar la emoción buena (sabemos de líderes que manipularon las emociones del pueblo para lo malo), y motivan al pueblo a caminar hacia los buenos pastos, que siempre están ladera arriba.
¿Quedan de estos? Creo que sí. El otro día escuché por Youtube la primera homilía de Joseba Segura como obispo de Bilbao. Creo que son palabras de buen líder, en la línea del Sueño conjunto al que Francisco nos va llamando desde hace unos años. Aquí pongo algunas de sus mejores intuiciones.
«No pongamos demasiada energía en señalar las contradicciones, las debilidades de otros, los signos de ignorancia, la desintegración de convicciones humanistas, los peligros que pueden aparecer… no quedemos paralizados habitando en cementerios. Mejor asumamos el reto de decir y construir propuestas significativas para el mundo. Con convicción, con autoridad»
«Se pierde credibilidad cuando del dicho al hecho hay gran trecho» y añadió que la gente podrá «no estar de acuerdo con algunas propuesta, pero al menos –dijo– que perciban en nosotros una sincera y desinteresada preocupación por sus anhelos y sufrimientos, que sientan que verdaderamente nos importan como personas».
«Convencidos de que en la apertura a los otros, a los distintos y débiles de manera especial, nos jugamos la esencia de nuestro ser humanos y, ahora más que nunca, incluso nuestro futuro colectivo»
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