Las grandes revoluciones humanas siempre afectan a aquello que les trasciende, y viceversa, que a menudo uno se lía con qué va primero, si la materia o la idea. Lo que está claro es que las dos son femeninas, al igual que la vida, y, en caso de duda, por supuesto ésta será lo más importante entre ellas. Justamente de la revolución que quería hablar es la que, cada vez con más materia, presencia y vida, se abre paso con rostro de mujer. Por eso me imagino que la divinidad andará de lo más revuelta en sus adentros y afueras. Quizás hoy hayan unido sus fuerzas en una misma deidad la diosa trimurti del hinduísmo con Parvati, la hija del arroyo y la montaña, a la cabeza, recibiendo la energía de Sahkti y el aliento de la inalcanzable Durga. A buen seguro que se habrán sumado la dama del Anboto Mari, alentada por Pachamama, así como por la diosa griega Elpis de la esperanza y por la orientación de la “Madre de todos los seres” que proclama el Tao te King. Al menos, en mi caminar mañanero por montañas y calles, he sentido, como el místico Ramakrisha, que “en el fondo de mi corazón fluía una corriente de intensa felicidad que nunca había experimentado antes y tuve el conocimiento inmediato de que la Luz era la Madre.” Sí, sí, algo así… la Shekiná judía por todas partes, el aliento de la Ruah a los cuatro vientos, la amorosa presencia de la diosa Kali, madre universal, o el susurro de Sofía ejerciendo su divina sabiduría.
De todas formas, mi vocación más cristiana me lleva a imaginarme, sobre todo, a las personas de la querida Trinidad en plena efervescencia, desbordando por doquier su plena feminidad. La misma que inspiró a Marta y María y a tantas mujeres de la historia a mantener la fidelidad sin traiciones y a ser las primeras testigos y apóstoles de la resurrección. Sin duda hoy es un buen día para hacer memoria y rezar al estilo de Juliana de Norwich: “En nuestra Madre, Cristo, crecemos y nos desarrollamos; en su misericordia, él nos reforma y nos restaura; mediante su pasión, muerte y resurrección, nos unió a nuestro ser. Así, nuestra Madre trabaja en la misericordia por todos.”
O si queréis, por mor de una sana ortodoxia, pedir como hacía un tal Jesús de Nazaret, prototipo y referencia por excelencia de toda nueva masculinidad: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Y viceversa.
Que así sea.