Discernimiento y educación – Juan Carlos de la Riva

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El Documento Final del reciente Sínodo sobre jóvenes, fe y discernimiento vocacional señala con énfasis la importancia de la acción educativa de la Iglesia que, desde sus instituciones, colabora en la conformación de personas capaces de discernir y mejorar así nuestra sociedad. Se señala con fuerza la necesidad de que estos espacios educativos promuevan un discernimiento que ayude a mejorar nuestro mundo.

«Están llamados a proponer un modelo de formación que sea capaz de hacer el diálogo de fe con las preguntas del mundo contemporáneo, con las diferentes perspectivas antropológicas, con los desafíos de la ciencia y la tecnología, con los cambios en las costumbres sociales y con el compromiso. por la justicia. (…) Se debe prestar especial atención en estos entornos a la promoción de la creatividad de los jóvenes en los campos de la ciencia y el arte, la poesía y la literatura, la música y el deporte, los medios digitales y los medios de comunicación, etc. De esta manera, los jóvenes podrán descubrir sus talentos y luego ponerlos a disposición de la sociedad por el bien de todos» (Documento final, 158).

Pero para un verdadero discernimiento espiritual que pueda ayudar a la persona a escuchar y cumplir la voluntad de Dios, se hace necesario previamente el trabajo de esa competencia para discernir de modo autónomo y ético buscando la propia felicidad y la de todos. La pedagogía viene entonces en ayuda del discernimiento espiritual equipando al joven con las herramientas necesarias para discernir.

La actual pedagogía que se implementa en nuestras escuelas está ya haciendo aportes significativos en el ámbito de la construcción de la autonomía personal y la toma de decisiones autónomas y proactivas.

Desde aquel Informe Delors, de la primera Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI de la Unesco, cuyo título precisamente era Aprender a ser. La educación del futuro [1]. Se nos dice que la educación debe permitir que cada persona desarrolle y nutra un pensamiento crítico, de juicio propio, desde el cual le sea posible determinar por sí misma qué debe hacer en las diferentes circunstancias de la vida.

El desarrollo de la educación por competencias nos invita a programar transversalmente el acompañamiento en la adquisición de unas cuantas que inciden directamente en el discernimiento:

  • Competencia para aprender a aprender y para pensar. Supone tomar conciencia de las capacidades y de los conocimientos para el aprendizaje, y una gestión consciente de los procesos de aprendizaje, realizados tanto individualmente como en equipo. Implica disponer de los hábitos de estudio y de trabajo, de las estrategias de aprendizaje y del pensamiento riguroso, movilizando y transfiriendo lo aprendido a otros contextos y situaciones, para poder organizar de forma autónoma el propio aprendizaje. Como ejemplos, el programa de Filosofía para niños de Mathew Lipmann, o los múltiples programas de activación de la inteligencia.
  • Competencia para convivir. Participar con criterios de reciprocidad en las distintas situaciones interpersonales, grupales y comunitarias, reconociendo en la otra persona los mismos derechos y deberes que se reconocen para uno mismo, para contribuir tanto al bien personal como al bien común. Como ejemplos, las comisiones de convivencia de alumnado, las experiencias de mediación, los protocolos antibuylling, etc.
  • Competencia social y cívica. Comprenderse a sí mismo, al grupo del que se es miembro y al mundo en el que se vive, mediante la adquisición, interpretación crítica y utilización de los conocimientos de las ciencias sociales; así como del empleo de metodologías y procedimientos propios de las mismas, para actuar autónomamente desde la responsabilidad como ciudadano en situaciones habituales de la vida; con el fin de colaborar al desarrollo de una sociedad plenamente democrática, solidaria, inclusiva y diversa. Como ejemplos, los modelos de resolución de conflictos de Naciones Unidas, las experiencias de participación en las decisiones de la comunidad escolar, las propuestas de educación intercultural, las experiencias de acción social y voluntariado, las metodologías de aprendizaje-servicio, etc.
  • Competencia para aprender a ser, para la autonomía, saber ser uno mismo. Reflexionar sobre los propios sentimientos, pensamientos y acciones que se producen en los distintos ámbitos y situaciones de la vida, reforzándolos o ajustándolos, de acuerdo con la valoración sobre los mismos, para así orientarse, mediante la mejora continua, hacia la autorrealización de la persona en todas sus dimensiones. Como ejemplos, las estrategias de autorregulación, los programas de inteligencia emocional, la incorporación en el aula de técnicas de atención plena, etc.

Posibilitar las experiencias necesarias para que estos aprendizajes se den en la escuela requiere una concreción didáctica en el día a día, y en los últimos años vamos detectando un verdadero esfuerzo por renovar las metodologías y las estrategias de evaluación, haciendo más caso a algunas pedagogías alternativas que han puesto en el centro el proceso de autonomía del niño o niña y su capacidad para ser crítico ante sí mismo y ante la realidad. Citamos a continuación algunas de ellas.

  • Pedagogía liberadora de Freire o Milani.
  • Pedagogía no directiva, enfoque personalista de Rogers.
  • Inteligencias múltiples, rutinas de pensamiento de Perkins y Gardner, Swartz…
  • Pedagogía operatoria, escuela activa, pedagogía autogestionaria de Piaget, Freinet, Montessori…
  • Investigación para la acción, aprendizaje-servicio, de M.ª Nieves Tapia, Roser Battle….

De la aplicación de nuevas ideas en el aula surgen nuevas maneras de organización escolar al servicio de aprender a ser. Así, hablamos de la participación activa del alumnado en el gobierno de tantos aspectos de la vida escolar como sea posible, y de organización social del aula, estructurada como espacio existencial diverso y reguladora tanto del proceso de aprendizaje como del tejido social de sus miembros.

Junto a ello, nuevas estrategias de aprendizaje (aprendizaje por proyectos, aprendizaje cooperativo, la deliberación moral, el aprendizaje-servicio, las rutinas de pensamiento, la educación de la interioridad, entre otras), renuevan la educación hacia un verdadero acompañamiento de la persona individual y colectivamente considerada.

La escuela ofrece también un amplio elenco de herramientas de orientación vocacional (tests, entrevistas, grupos de ayuda…) que colaboran a que el joven concrete su proyecto de vida.

La propuesta de actividades deportivas y de otras actividades extraacadémicas puede ser aprovechada como espacio inclusivo y alejado del éxito competitivo, y por tanto colabora con el desarrollo de un sujeto autónomo y bien socializado.

El conjunto de enfoques y planteamientos enumerados inciden directamente en el desarrollo de un joven con capacidad para autorregular sus emociones y su conducta, con herramientas para elaborar criterios autónomos para una toma de decisiones libre y positiva, con actitudes de socialización positiva y capacidad de empatía, con responsabilidad ante el entorno y la realidad social. Vemos entonces cómo desde una psicología humanista, el discernimiento aparece como una de las capacidades básicas del ser humano para alcanzar su felicidad.

Quedan sin desarrollar en este artículo todas las propuestas de corte más espiritual que una escuela católica puede aportar que, sin duda, son de muchísima importancia. Pero queremos destacar aquí simplemente el gran esfuerzo que ya está haciéndose en todos los proyectos de innovación pedagógica por educar sujetos capaces de discernir. Si no hay sujeto humano capaz de hacerlo, difícil será un discernimiento espiritual que quiera encarnar el amor y la entrega de la vida al estilo de Jesús. Hablaremos del aporte de la escuela católica en otro artículo.

[1] Informe de la primera Comisión Internacional sobre la Educación de 1972, Aprender a ser. La educación del futuro. Disponible en https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000132984