“Pero Dios mira el corazón”, dice el profeta Samuel al elegir a David como rey. Esta palabra singular conmociona todavía hoy a muchas personas. Nosotros, acostumbrados a mirar de fuera hacia adentro a otras personas, lo mejor que podríamos decir es que no conocemos a nadie, o casi nadie. Quién no guarda algo que no desearía jamás que otros conocieran. Pero Dios mira de dentro hacia afuera, del corazón a lo exterior.
Esta frase es la confesión creyente de la cercanía máxima y continua de Dios, y de su máximo respeto por nuestra libertad. No se trata de que a Dios no se le escape nada y todo lo tenga anotado, sino de que se hace prójimo con todos en todo momento. Algo que, una vez vivido como un escalofrío que recorre todo nuestro ser, se convierte en lágrima y agradecimiento.
¿Cómo es posible que Dios no haya renegado de mí? ¿Cómo es posible que Dios siga a mi lado a pesar de…? ¿Cómo es posible que me siga llamando, contando conmigo, que no pierda la esperanza? ¿Cómo es posible que la historia continúe y su Vida permanezca en mí…?
La respuesta es Dios es Amor. Sólo el Amor puede ver el corazón y permanecer junto a la persona. Sólo el Amor es, precisamente por esto, digno de fe y confianza. Sólo el Amor cree primero.