Iñaki Otano
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado; porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. (Jn 3,14-21)
Reflexión:
La palabra “mundo”, en el evangelista Juan, tiene dos significados diferentes.
Hay un mundo con el que un cristiano no puede estar de acuerdo porque se identifica con el pecado, con el rechazo de la luz. El discípulo de Jesús luchará con todas sus fuerzas contra todo aquello que deshumaniza. Se manifestará en unos criterios y actitudes de vida que no coinciden con los de este mundo y que suponen el rechazo a dejarse encerrar en él. El teólogo evangélico y ecumenista Dietrich Bonhoeffer, internado en un campo de concentración y ejecutado por los nazis, lo expresa así:
“Cuando el mundo desprecia a un hermano, el cristiano le amará y servirá; cuando el mundo usa la violencia contra este hermano, el cristiano le ayudará y consolará…; cuando el mundo busque su provecho, el cristiano se negará a hacerlo; cuando el mundo practique la explotación, él se desprenderá de todo… Si el mundo se cierra a la justicia, él practicará la misericordia. Si el mundo se envuelve en la mentira, él abrirá la boca para defender a los mudos y dará testimonio de la verdad”.
Pero tenemos que amar al mundo como Dios lo ama: no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. La actitud no es de condenación sino de salvación. Para los obispos vascos de 1994, la relación del creyente con el mundo comprende dos rasgos indispensables:
“Por una parte, en una sociedad donde múltiples dioses se disputan el corazón de los hombres (poder, dinero, sexo, consumo, prestigio, bienestar), nuestra vida sencilla, solidaria y fraterna tiene que testificar que, aunque en el mundo hay mucho dioses y muchos señores, para nosotros no hay más que un Dios, el Padre de quien proceden todas las cosas, y un solo Señor, Jesucristo (1 Cor 8,5-6)
Por otra parte, tendremos que mostrar con nuestro comportamiento práctico que no se puede tomar a ese Dios en serio sin tomar en serio al hombre. Que no se puede acoger el Reino de ese Padre sin comprometerse a construir una sociedad más fraterna y más justa”.