Josep Perich
Un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Llamó a un adivino para que interpretase su sueño.
–¡Qué desgracia! – exclamó el adivino – cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
–¡Qué insolencia! – gritó el sultán enfurecido – ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
–¡Excelso Señor! gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se ilumino el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Uno de los cortesanos le dijo admirado:
–¡No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que la del primer adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
–Recuerda – respondió el segundo adivino – que todo depende de la forma de decir las cosas. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, pero la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca, en algunos casos, grandes problemas.
Reflexión:
Sara, chica discapacitada intelectual, portadora de una enfermedad degenerativa importante, forma parte de nuestra comunidad «Las sonrisas» de Blanes. Me encuentra y me dice: José, el domingo, con el grupo y un monitor, fuimos a misa a la parroquia de… y el cura que estaba en la puerta no me dejó pasar. Me dijo que llevaba poca ropa. Los otros entraron y yo me quedé en la calle.
Me dejó preocupado por el posible trauma generado, ya que ella ha recibido muchas bofetadas a lo largo de la vida. Es más, yo me preguntaba: ¿volverá a poner los pies en la iglesia? Pasados unos días le digo: Sara, ¿cómo te afectó lo que te dijo aquel cura? respuesta: José, no te preocupes, no pienses más. Todo el mundo puede tener un mal día, los sacerdotes también. Ya he vuelto ir a la parroquia y me ha dejado pasar.
¡Qué lección de madurez humana la de Sara! Ya la quisiera para la mayoría de los mortales. De lo que estoy cierto es que aquel cura de la «cinta métrica » por más que pretendiera la dignidad en el vestido exterior (tan subjetivo a la hora de valorar) estaba poniendo en riesgo la paz y limpieza de corazón de la frágil Sara. Estoy convencido de que aquel cura no conoce el cuento precedente, ya que habría entendido que las cosas se pueden decir de muchas maneras, sin necesidad de «hacer sangre». Más aún, quizás hubiera aprovechado la oportunidad para entablar una conversación acogedora con el monitor, haciendo posible una participación de aquellas personas discapacitadas en la celebración, que habría sido bien evangelizadora para los feligreses.
Podríamos extrapolar este planteamiento de cómo se dicen las cosas en el mundo: los maestros hablando con los padres; los médicos hablando con sus pacientes…; preferible ser sincero a que reconozcan que eres un insensato. Una persona así la querría tener bien lejos de la cabecera de mi cama cuando me llegue la hora de despedirme de este mundo. En cambio sí que me gustaría tener a alguien que hubiera hecho suya esta invitación de Pablo: Amaos con afecto de hermanos. Que la esperanza os llene de alegría. Practica con ahínco la hospitalidad. Alegraos con los que están alegres y llorad con los que lloran. No seáis orgullosos, poneros al nivel de los humildes. Que no os tengan por leídos. (Rm 12,9-20).
Siempre hay alguien que te sale con una insensatez: “Vale más que te rechacen”