Diálogos – José Alejandro Peña

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Alguno: ¿De qué va la vida si Jesús no es mi todo?

Alguien: Jesús es el Centro de mi vida y a pesar de la situación que vivo me siento plena. 

Alguno: Necesito cambiar el rumbo de mi vida. ¿Cómo lo haré? 

Alguien: El voluntariado, los más pequeños y la pastoral me han dado una nueva visión de cómo estar en el mundo. Orar de distintos modos cada día ha sido una bendición. 

Alguno: La soledad, no la soporto y necesito estar con alguien. 

Alguien: Cuanto disfruto el silencio y el estar con otros; tener espacios para mirar lo que vivo me hace tanto bien. 

Alguno: ¿Qué haré con mi vida? 

Alguien: Discernir, tener a alguien que me acompaña y orar me ha mostrado nuevos caminos. 

Dos amigos estaban sentados, él sentía la necesidad de salir corriendo, cambiar el rumbo de su vida y se encontraba desorientado. Ella junto a él mirando el mar gozaba de la plenitud de sentirme amada y perdonada por Dios, hacía consciente su relación profunda con Jesús y en silencio piensa y de pronto toca en el brazo a su amigo lo mira, mira y pregunta: 

¿Conoces a la persona que da sentido a mi vida? 

Él se acerca a ella, la mira y le pregunta: 

¿Me podrías dar el secreto de vivir tan feliz aun cuando tienes tantos problemas? 

 

 Hay dos finales alternativos, se puede escoger el que mejor parezca.

Giri

Él: Mírala, ahí metida, con el frío que hace, se va a congelar.

Ella: Seguro que se le ha perdido algo y lo está buscando.

Él: Esta gente de fuera es muy rara…

Siguen el camino y otro joven con el corazón sorprendido miraba como una mujer se había remangado la camisa, el pantalón y quitado los zapatos y como si los 8 grados de temperatura que hacían no le afectaran en lo absoluto para meterse en la fuente y buscar unas cuantas monedas que habían echado los turistas durante el día.

En su mente se preguntaba: ¿esto no puede estar pasando? ¿le doy el dinero que llevo en la billetera? ¿le digo algo?

Estuvo atónito mirando la escena y el corazón comenzó a experimentar algo nuevo. Sentía ganas de ayudar a la mujer, quería llorar, hacer algo. Su mirada y modo de estar en el mundo comenzaba a cambiar y no quería hacer algo.

El camino de regreso a casa fue distinto aquella noche y llevaba en el alma unas ganas imperantes de ir a su habitación, arrodillarse y llorar.