Serie Camino a la Felicidad – Fernando Negro

Fernando Negro

Te cuento algunas experiencias de fracasos, frustraciones, etc. Que he sentido a flor de piel en mi vida hasta el día de hoy. No te las cuento a modo de biografía negativa, sino como recuento de experiencias de las que he aprendido a sacar un beneficio a favor de la vida que hay en mí.

Cuando nací mi comadrona hirvió tanto el agua para lavarme al salir del vientre de mi madre, que por poco muero pues perdí la respiración por un buen rato, a la vez que me quedé con a piel prácticamente hervida. Antes de cumplir el año, durante el invierno caí de cabeza sobre un brasero encendido y se me quemó la raíz del cuero cabelludo de la parte posterior de la cabeza, creando una especie de tonsura artificial. Poco tiempo después me rompí la pierna por el fémur; sé que sufrí mucho e hice sufrir muchísimo a mi madre sobre todo.

En la escuela primaria estaba bloqueado y me era imposible aprender casi nada, hasta que un buen maestro, llamado Ángel Izquierdo, se fijó en mi escritura caligráfica y, me motivó tanto, que desbloqueó en mí el proceso de aprendizaje global.

Provengo de una familia muy numerosa en un pueblecito de una zona muy pobre de España, en Bello (Teruel). Los recursos económicos, culturales, etc., eran, desde el punto de vista de una mentalidad moderna, casi deprimentes. La fidelidad creativa de mis padres por cada uno de nosotros fue construyendo el milagro de lo que hemos llegado a ser.

He estado enfermo en muchas ocasiones; el sufrimiento que he ido experimentando sobre todo en África, durante 16 años, fueron momentos de mucha soledad, silencio y aislamiento. La incomunicación en mis procesos de adaptación a nuevas culturas y nacionalidades, me hicieron crecer en humildad para bajarme de toda tentación de superioridad.

He sentido el rechazo de algunos, he sido criticado mordazmente, he sentido la exclusión, el juicio mordaz cuando actuaba defendiendo al más débil, he sido malinterpretado… y así he corrido en una carrera de fondo existencial donde a veces e creído que estaba solo, en medio de la  noche oscura.

Me han hecho creer que no valía, que no podía, que era un muchacho inmaduro sin remedio, me han catalogado como miembro del grupo de la inconsistencia y de exigencia light… Todo ello y muchas cosas más podrían haber hecho de mí un acomplejado, un maniático frustrado por los avatares negativos en las diversas etapas de mi vida; pero no ha sido así. Me explicaré.

A pesar de la rotura de la pierna en mi tierna infancia, llegué a ser campeón en competiciones de Cross-country, llegando a ser seleccionado par el campeonato nacional el año 1974.

El fuego pudo haberme dejado ciego si hubiera caído de bruces contra él. Sin embargo me hizo una tonsura “accidental” (no eclesiástica) y hoy soy misionero-sacerdote-escolapio.

Gracias a la motivación de aquel buen maestro, el Sr. Ángel Izquierdo, seguí el curso de la escritura  y adquirí el gusto por la escritura cotidiana de mi diario que mantengo viva desde mi adolescencia hasta el día de hoy. Ha sido además una hermosa plataforma para la creatividad artística del dibujo y la pintura.

He comprendido que el dolor es esencial para crecer en grados de felicidad. Cuando estuve enfermo en África y en la India, la soledad y el dolor a veces al límite de mis posibilidades físicas y emocionales, comprendí que el dolor y la soledad pueden convertirse en auténticos laboratorios para  descubrir la sabiduría existencial y, sobre todo, la sabiduría espiritual que nos ayuda a que el Sol que nace de lo Alto, amanezca en nuestro interior.

El desprecio, el descarte y el rechazo del que fui objeto, asimilado como proceso de integración personal, me han llevado a circunstancias providenciales que me hablaban de la presencia misteriosa pero real del Espíritu que consuela, anima, libera, integra, sana y eleva nuestros niveles de existencia a perspectivas nuevas desde las que nos acercamos a la mente y al corazón del mismo Dios.

El sufrimiento despierta en mí la imaginación espiritual por medio de la cual me conecto de modo empático con el dolor de los abandonados, los pobres, los depreciados… así me convierto en palabra de aliento y esperanza para quienes la vida había perdido su sentido, su razón de ser.