“Mi fe me hace comprender que no son las circunstancias las que dan la felicidad ni la paz interior” (Denzel Washington). Esta frase es contracultural si nos fijamos en la cantidad de mensajes que recibimos a diario asegurándonos que seremos felices si compramos este o ese producto, si volamos a tal o cual lugar del mundo… La realidad es muy diferente. Todo lo que necesitamos para ser felices lo llevamos dentro desde el mismo momento de nuestra concepción. El problema es que, si no vivimos despiertos, moriremos sin haberlo descubierto.
Cuando vivimos desconectados de nosotros mismos, vivimos las circunstancias como parte de un plan fatalista y enemigo del que no tenemos control. Interpretamos todo como algo que “nos sucede”, no como algo que “hacemos que suceda”.
Es verdad que no tenemos control de la mayoría de las cosas, pero la felicidad no está en querer controlar, sino en dejarse llevar como un barco sobre el agua de la vida, guiado por la brújula invisible de la intuición que se fía de que al final “todo estará bien”. Carl Jung decía una gran verdad: “cada vez que una situación interna no se hace consciente, emerge en forma de fatalismo.”
Escuchar la propia melodía, conectarse con el deseo profundo, descubrir el sentido de la vida, son aspectos que están al alcance de todos y cada uno de nosotros. El problema es que generalmente preferimos vivir dormidos, porque le tenemos miedo a la verdad. Miedo a lo que somos, pero sobre todo miedo a lo que podemos ser.
Vivir despiertos es vivir congruentemente conectados[1] con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, y la expresión transparente de lo que realmente somos, sin máscaras, añadiduras, ni sustracciones. Ser uno mismo es el arte que requiere la aceptación de un riesgo: confiar en la bondad que llevamos dentro.
[1] Carl Rogers enseñaba que los tres elementos que un buen acompañante necesita son: la congruencia personal, la capacidad de empatía, y la capacidad para aceptar al otro de manera total e incondicional.
“Pero la sabiduría que viene de arriba es pura y apacible, suave, abierta a la razón, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y sincera.” (St. 3, 17)
“Cuenta conmigo, mi Dios, cuenta conmigo. Yo sé que mi piel está manchada y oscurecida. Yo sé que no soy digno. A pesar de todo, cuenta conmigo. Cuenta conmigo para que yo pueda bañarme una y mil veces en las aguas de tu amor. Cuenta conmigo y haz de mí lo que quieras. Cada día renovaré mi decisión de ser sólo para ti y para tu gente. Y bien sé que tu mirada me limpiará y entonces seré radiación viva de tu imagen dentro de mí.”