DÍA 88 – Fernando Negro

Hay un tiempo para cada cosa en el proceso de crecimiento personal. Las diferentes etapas de la vida traen consigo aspectos diferentes que hemos de saber gestionar para la maduración ascendente. El problema está en que a veces nos agarramos emocional y obsesivamente a uno de esos tiempos vividos y la rémora del sentimiento nos impide vivir en libertad el presente. Hay un texto en la Sagrada Escritura que describe el desenlace de la vida en sus diferentes etapas:

Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

un tiempo para nacer,

y un tiempo para morir;

un tiempo para plantar,

y un tiempo para cosechar;

un tiempo para matar,

y un tiempo para sanar;

un tiempo para destruir,

y un tiempo para construir;

un tiempo para llorar,

y un tiempo para reír;

un tiempo para estar de luto,

y un tiempo para saltar de gusto;

un tiempo para esparcir piedras,

y un tiempo para recogerlas;

un tiempo para abrazarse,

y un tiempo para despedirse;

un tiempo para intentar,

y un tiempo para desistir;

un tiempo para guardar,

y un tiempo para desechar;

un tiempo para rasgar,

y un tiempo para coser;

un tiempo para callar,

y un tiempo para hablar;

un tiempo para amar,

y un tiempo para odiar;

un tiempo para la guerra,

y un tiempo para la paz.

Hay ocasiones en que vendemos el presente a la añoranza de lo que pasó, a la culpabilidad por lo que hicimos mal, a la frustración por lo que dejó de suceder, a la ansiedad por lo pudiera ocurrir, a la tristeza por lo que podría haber sido y no fue… Así nos perdemos la vida, mientras vemos pasar delante de nosotros las oportunidades que nos regala Dios en la vida cotidiana.

¿Cómo libertarnos de la esclavitud emocional a este apego en el desarrollo humano? Solamente lo lograremos si entendemos que la vida es una danza armónica que requiere constante movimiento. Pararse mientras suena la música, simplemente porque hice un paso mal, es lo mismo que negarse a aprender a danzar.

Lo importante no es no haberse equivocado nunca, sino haber aprendido de las caídas y las equivocaciones las grandes lecciones de las que aprendemos una sabiduría nueva que no se esconde escrita en los libros de texto ni en las grandes enciclopedias.

“Yo conozco mis designios para vosotros: designios de prosperidad, no de desgracia, pues les daré un porvenir y una esperanza.  Me invocaréis, vendréis a rezarme y yo os escucharé;  me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón;  me dejaré encontrar y cambiaré vuestra suerte –dice el Señor–. Os reuniré en todas las naciones y lugares adonde os arrojé –dice el Señor– y os volveré a traer al lugar de donde os desterré.” (Jer 29, 11-14)

“Y ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob; el que te formó, Israel: No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío.  Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará. Porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. Como rescate tuyo entregué a Egipto, a Etiopía y Sabá a cambio de ti; porque te aprecio y eres valioso y yo te quiero, entregaré hombres a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida: no temas, que contigo estoy yo; desde oriente traeré a tu descendencia, desde occidente te reuniré.” (Is 43, 1-5)

“No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el arenal” (Is 43, 18-19).