No hay nada más destructivo que el ‘autoengaño’. El autoengaño es el juego mental por medio del cual llegamos a justificar nuestras actitudes y acciones mediante un proceso intelectual, bien elaborado, intentando dejar claro que lo malo es bueno, lo trial como imprescindible, lo oscuro como claro, lo inauténtico como verdadero.
Hay personas que parecen estar siempre trabajando mentalmente para preparar su autodefensa, incluso cuando nadie le pide explicaciones. Implícitamente demuestran su sentimiento de culpabilidad. La antigua sabiduría, escrita en latín, lo manifiesta así: “excusatio non petita, accusatio manifesta”, es decir, que cuando sin razón alguna pido excusas y perdón, será porque llevo dentro de mí la carga de una acusación, de una culpa.
Vivir con la conciencia bien descargada, reconciliado con uno mismo, habiendo sacado fuera el virus letal de la culpa malsana, eleva la calidad de nuestra vida a un potencial ilimitado. La reconciliación con uno mismo trae como consecuencia la paz entendida como armonía a integración de polos opuestos.
Integrar los polos opuestos de nuestra interioridad es el arte del crecimiento psico-espiritual en el que estanos embarcados. Se trata de un proceso siempre inacabado, que requiere del deseo de llegar a ser lo realmente podemos ser.
Para ello hemos de integrar el instinto y el autodominio, la seriedad de nuestras responsabilidades con el sentido del humor y de la fiesta, el trabajo con el ocio, la interioridad con la afabilidad y al amistad, la introversión con la extraversión, el silencio con la palabra, los momentos de oscuridad con el deseo de la claridad, el conocimiento con la sabiduría, la intuición con la elaboración racional, nuestro cuerpo con nuestro espíritu, etc.
En este proceso hemos de dejar que el potencial que nos construye en nuestra totalidad esté alimentado por actitudes positivas. A veces nos dejamos llevar por ciertas tendencias autodestructivas de las que no nos damos cuenta, pero que actúan en nuestro inconsciente de maneras eficientes. Por ejemplo:
- Alimentamos pensamientos negativos y autodestructivos.
- Aparecemos como víctimas ante los demás, sin razón ninguna.
- Mostramos espontáneamente que los demás son más y mejores que nosotros.
- Nos mordemos las uñas, fumamos, bebemos alcohol, etc. sabiendo que todo eso nos hace daño.
- Ponemos en peligro nuestra vida o nuestra salud sin necesidad ninguna.
- Pasamos horas en actividades que sabemos nos degradan o nos desconectan de nuestro ser real (el ordenador, la TV, el chateo, ).
¡Qué bueno si al comienzo de cada año hiciéramos nuestro proyecto de vida! Un proyecto de vida es una manera concreta de enfocar y dirigir todo nuestro potencial hacia aquello que es nuestro sentido vital, aquello que da sentido a lo que somos y hacemos.
Propongo un método muy sencillo para hacer este proyecto de vida:
- En un momento de silencio, a solas contigo mismo, piensa y escribe hacia dónde quieres que se dirija tu vida.
- Busca un pasaje de la Escritura que refuerce tu deseo profundo.
- Escribe brevemente, bajo la luz de ese texto, cuál es el credo de tu vida en este momento de tu desarrollo humano.
- Escribe cuáles son tus DEBILIDADES internas.
- Escribe cuáles son tus FORTALEZAS internas.
- Escribe cuáles son las AMENAZAS externas que puedes encontrar en este momento de tu proceso.
- Escribe cuáles son las POSIBILIDADES externas que te pueden facilitar el camino en este año.
- Escribe ahora, concretamente, las decisiones que vas a tomar para que tus objetivos lleguen a realizarse. Que sean decisiones concretas, evaluables, y con capacidad de ser reelaboradas y perfeccionadas a lo largo del año.
Los impulsos de la gracia
– Todos, al nacer, llevamos con nosotros un mapa de ruta interior que nos facilitará el conocer y el poner en práctica la dirección de nuestra existencia. Cuanto más conozcamos y transitemos nuestra, por así decirlo, “hoja de ruta” personal, más y mejor llagaremos a ser imagen acabada de Dios, un Dios que es por definición Amor.
– Llegamos a conocer esta hoja de ruta cuando percibimos los “signos de Dios”, es decir, cuando somos tocados por su gracia.
– La gracia de Dios es el poder de su amor, que se me manifiesta a través de atracciones (hacia valores, personas, proyectos, modelos de identificación, etc.), tendencias (a ser mejores, más justos, más comunitarios, más amables, etc.) y poderes (carismas especiales y dones que revitalizan y renuevan mis opciones por la vida).
– Concluimos diciendo que así como sabemos que alguien ha pasado por la arena de la playa por las huellas que dejó, también descubrimos la huella de Dios por sus manifestaciones en nosotros, por sus atracciones, tendencias y poderes.
– Estamos habitados por el Espíritu Santo. Su presencia desata en nosotros un movimiento de gracia que, si lo identificamos y lo seguimos, nos lleva a tener los mismos impulsos de Jesús, a ser más como Él es, a vivir en plenitud como Él lo hizo (Él, que fue una persona humana) disfrutando de nuestra identidad, creciendo, sirviendo, compartiendo con los demás.