Devolverle a la persona la claridad de su destino en el marco del amor incondicional: éste es el gran trabajo que cada uno de nosotros estamos llamados a realizar a lo largo de nuestra existencia. Es ahí donde la espiritualidad juega su papel importante e imprescindible. La espiritualidad no solamente me pone en contacto con mi realidad física y psíquica, sino con la realidad supra personal que me dicta quién soy realmente desde lo que puedo ser.
Pero para caminar hacia ese “poder ser”, la persona necesita de una condición imprescindible: la de saberse y sentirse plenamente amada por ser ella misma, más que por lo que hace o realiza. La persona que se siente plenamente, incondicionalmente amada se convierte en águila del universo a la que le salen las alas del espíritu y vuela en libertad.
Liberar a las personas de la culpa malsana es una tarea tan hermosa o más que la de limpiar un terreno minado de explosivos peligrosos. El amor incondicional nos hace libres para amar. Y sólo el amor vale la pena. Pues al final nada nos llevamos, más que el amor recibido y el amor compartido.
Somos nosotros los responsables, en cierto modo, de la felicidad de los demás. No es que la fabriquemos, pues la felicidad es un trabajo desde dentro de cada uno, sino que la favorecemos y la motivamos cuando a nuestro alrededor compartimos confianza, apertura, aceptación incondicional del otro.
Hay personas que, consciente o inconscientemente, se pasan la vida culpabilizando a los demás de las causas que han sido creadas por ellas mismas de modo que a su alrededor exista el conflicto y la infelicidad.
Solamente una mente clara y abierta, capaz de criticar situaciones ambiguas por medio del uso de la inteligencia emocional y de la inteligencia espiritual, será capaz de desenmascarar a semejantes agentes de dolor, no para castigarlos, sino para ayudarles a encontrar la luz de la verdad que comienza a abrirse camino por medio de la culpa sana y liberadora.
Quien nunca ha sentido esa clase de culpa, jamás podrá ser capaz de sentir la pena y el dolor de quienes sufren, víctimas de su narcisismo. El narcisista no siente el dolor ajeno, porque está totalmente reconcentrado en sí mismo, en su propia ganancia, en el cálculo obsesivo de su publicidad.
El narcisista solamente se libera de su máscara y de su pseudo-personalidad, desde la conversión, es decir, desde el cambio radical de visión de sí mismo y de la realidad circundante. El narcisista se redime a sí mismo a base de des-centrarse para ir a las periferias del sufrimiento ajeno y, en cierto modo, atreverse a compartirlo hasta personalizarlo y hacer suyo.
Para ello se necesita no solamente capacidad intelectual racional, sino un grado elevado de inteligencia emocional. Pero, ante todo, se necesita que actúe la gracia, la que pone en marcha la inteligencia espiritual por medio de la cual nuestro espíritu se eleva a la altura del mismo Espíritu de Dios. Es Él quien nos enseña a mirar en el silencio, a contemplarnos tal y como somos, a ver las cosas con los mismos ojos de Dios.
TERESA DE JESÚS (1515-1582): “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta.”
IGNACIO DE LOYOLA (1491-1556): “Señor, toma y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi inteligencia y toda mi voluntad, todo lo que tengo y llamo “mío”. Todo me lo has dado Tú. A Ti, Señor, te lo devuelvo. Haz con ello lo que quieras. Me conformo con tu amor y tu gracia. Con eso me basta.”
CARLOS DE FOUCAULD (1858-1916): “Padre, me abandono en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Por todo te doy gracias. Estoy dispuesto a todo y lo acepto todo. Que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. En tus manos encomiendo mi alma. Te la doy con todo el amor de que soy capaz. Porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida. Porque Tú eres mi Padre.”
PEDRO CASALDALIGA (1928-): “No tener nada, no llevar nada, no poder nada, no pedir nada. Y de pasada no matar nada, no callar nada. Solamente el Evangelio como una faca afilada. Y el llanto y la risa en la mirada. Y la mano extendida y apretada, Y la vida, a caballo, dad. Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada, para testigos de la revolución ya estallada. ¡Y mais nada!
LA NUBE DEL NO SABER (s. XIV): “Todo lo que soy, con todos mis dones de naturaleza y de gracia, Tú me lo has dado. Señor, Tú eres todo eso. A Ti te lo ofrezco, sobre todo para alabarte, para ayudar a mis hermanos y para ayudarme a mí mismo.”