Todos hemos nacido con una brújula invisible que, si estamos atentos, nos irá señalando la dirección a seguir en la vida. Esa brújula es la luz interior que nos indica lo que es bueno 0 malo para nosotros, lo que nos construye o nos destruye. Cuando seguimos su dirección, damos pasos de gigante hacia la autorrealización. Lo notamos porque nos sentimos libres, fortalecidos, consolados, armonizados por dentro.
Del mismo modo que un objeto metálico puede alterar el campo magnético de la brújula, el campo magnético interno puede ser igualmente alterado cuando nos mentimos a nosotros mismos, cuando tomamos actitudes negativas hacia los demás, cuando caemos en pensamientos obsesivos, apegos, adicciones, etc.
El cambio de dirección puede ser de un grado solamente, o quizás de medio grado. Pero la dirección de nuestra vida, a base de alterar el campo magnético de la sabiduría interior, si no nos cuidamos, puede terminar como barco a la deriva.
¿Qué hacer entonces? ¡Reorientar una y otra vez nuestro ser interior! Sólo desde la humildad y la honestidad de reconocer la verdad y de confesarla, podemos rehacer la dirección fundamental de nuestra vida.
El obstáculo mayor que deberemos salvar es el de la culpa obsesiva, que atrofia nuestra libertad; es la culpa maligna que se nos mete en las entrañas y nos hace creer que ya no tenemos solución y que todo está perdido. A esa voz no debemos darle o prestarle nuestra atención, pues es nuestra enemiga.
Vamos a hacernos las siguientes preguntas: ¿Adónde se dirige mi vida? ¿Me gusta o me disgusta el destino que voy fraguando con mis actitudes y mis acciones? Cuáles son las interferencias que se interponen en el campo magnético de mi sabiduría interior? ¿Qué puedo hacer para liberarme de él?
“¡Ven y únete a la danza!
¡Ven y danza con nosotros, no tengas miedo! Únete a nosotros en la danza de la vida. Tú tienes algo original que ofrecer; nadie en el mundo puede sustituirte.
Ven al festival de las diferencias mientras la misma música del amor guía nuestros pasos rítmicamente, mientras los ojos de nuestro Dios gozan y se regocijan en nuestra bondad.
No digas ‘Yo no sé danzar’. Ven y únete siguiendo el ritmo de la melodía que te habita. Sigue los movimientos del amor que se esconde en ti. Ven y danza con nosotros y disfruta plenamente de estar vivo.”