DÍA 77 – Fernando Negro

Aprender a agradecer es comenzar a sanar las heridas del pasado. Dar gracias no es un sentimiento, sino una decisión que se convierte en un sentimiento cósmico de gratitud por todo y en todo momento.

Ser agradecido no se improvisa. Hay palabras huecas de acción de gracias que en realidad no son sino expresiones de cortesía por medio de las cuales podemos salir al paso para quedar bien, pero nada más. Pero ¿cómo aprendemos a ser agradecidos? Y la respuesta es tan simple como ésta: desarrollando la memoria histórica por todo aquello que forma parte de lo mejor que somos hoy, gracias a lo que, doloroso o agradable, fuimos ayer.

Hacer una lista de las cosas bellas, tratando de ir lejos, muy lejos en el tiempo, desde el momento de nuestro nacimiento, e incluso desde nuestra concepción, nos abre a una sensibilidad nueva que conecta con la belleza que nos habita y nos rodea por doquier.

El Salmo 139 está cargado de la gratitud por lo que somos como producto de lo que fuimos en el seno de nuestra madre:

“Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo

    y me entretejiste en el vientre de mi madre.

¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo!

    Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien.

Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto,

    mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz.

Me viste antes de que naciera.

    Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro.

Cada momento fue diseñado

    antes de que un solo día pasara.

Qué preciosos son tus pensamientos acerca de mí, oh Dios.

    ¡No se pueden enumerar!

Ni siquiera puedo contarlos;

    ¡suman más que los granos de la arena!

Y cuando despierto,

    ¡todavía estás conmigo!

Si de verdad limpiamos el ojo del corazón para verlo todo, empezando por nosotros mismos, desde la gratitud, podremos avanzar a la sanación profunda de todo nuestro ser.

El enemigo de la acción de gracias es el orgullo y el narcisismo prometeico. El orgullo nos centra en un yo demasiado pesado que hace depender el valor de la vida en el triunfo a toda costa, aun a costa de sacrificar la propia felicidad en aras al dios de la egolatría absoluta.

El narcisismo nos centra en la idolatría de nuestra imagen como el absoluto que hay que defender a toda costa. La persona narcisista no permite que nada ni nadie se atreva a hacer observaciones que puedan implicar un cambio de actitud, la búsqueda de un nuevo paradigma o percepción de sí misma.

Por eso, tanto el orgulloso como el narcisista no se arrodillan ante la gratitud, pues todo le parece poco para saciar su egolatría. La falta de vulnerabilidad les anestesia contra lo que significa humanidad revestida del sentido de indigencia. Sólo quien ha tocado el fondo de su indignidad puede derrochar gratitud, pues percibe que en realidad “todo es gracia”.

Tanto los narcisistas como los orgullosos se mueven a golpe de sus ambiciones. Una ambición es una obsesión de grandeza desconectada del yo real. Ambición y deseo se  diferencian en algo esencial: mientras la ambición nos lleva a una ilusión, por nos estar cimentada en la estructura del ser real, el deseo arde desde el ADN personal como llama de amor viva que no cesa de invitarnos a la excelencia de lo que podemos ser, siempre basada en la experiencia de lo que somos en el aquí y ahora.

Las grandes personas, por supuesto los santos, lo fueron desde la experiencia de su limitación desde el aprendizaje del ritual de la reflexión personal para conocerse a fondo y aprender a renacer de sus propias cenizas. “La fortaleza presupone la vulnerabilidad; sin vulnerabilidad no hay posibilidad de fortaleza. Un ángel no puede ser valiente, porque no es vulnerable. Ser vulnerable significa, en efecto, ser capaces de sufrir heridas.”[1] Aristóteles decía que “Una vida no reflexionada no es digna de ser vivida.” Y todo autoconocimiento comienza con un acto de humildad y vulnerabilidad.

Es precisamente desde esta experiencia de la fragilidad como aprendemos a ser fuertes y sólidamente fundamentados en lo que somos y hacemos. “Todos estamos aquí por una razón especial. Medita sobre tu propia vocación y sobre cómo puedes darte a los demás. Hoy mismo prende la chispa de la vida y déjala arder. Sé todo lo que puedas ser. Llegará un momento en que también tú probarás los frutos del nirvana.[2] Empezarás a notar la santidad en todo lo que te rodea: la divinidad de un rayo de luna, el encanto de un deslumbrante cielo azul en pleno verano, el fragante capullo de una margarita o la risa de un niño travieso.”[3]

[1] J. Pieper, “The Four Cardinal Virtues: Prudence, Justice, Fortitude, Temperance”, Notre Dame Press, Ind. 1966, p. 117.

[2] “En realidad el Nirvana, más que un lugar físico, es un estado que transciende todo lo conocido. En el nirvana todo es posible. No hay sufrimiento y la danza de la vida se ejecuta con perfección divina. Alcanzar el nirvana es para los sabios es entrar en el cielo sin abandonar la tierra. Ésta es la meta de la vida.” (Robin Sharma, o.c., p. 207).

[3] Idem, pp. 207-208.

“Si quiero ser auténtico conmigo mismo he de reconocer mi patrón de comportamiento aprendido, mis máscaras con las que busco ser aceptado y venderme a los demás. Máscaras como las siguientes:

  1. a) El sabe-lo-todo que no admite las limitaciones de su saber.
  2. b) El supermán que no admite sus propios límites existenciales.
  3. c) El salvador, siempre disponible a salvar los casos perdidos.
  4. d) El imprescindible sin el cual este mundo estaría perdido.
  5. e) El víctimista que siempre culpa a los demás de sus desgracias.
  6. f) El activista para quien descanso y fiesta son materia de confesión.
  7. g) El payaso, que oculta su tristeza tras su máscara alegre.
  8. h) El piadoso y espiritualista para evitar la auto-confrontación.
  9. i) El altavoz o hablador locuaz para huir de la soledad y el silencio.
  10. j) El perfeccionista, insatisfecho y culpable por no ser perfecto.

Podemos seguir la lista de máscaras que hemos usado o usamos en nuestras relaciones interpersonales e incluso con Dios. Las máscaras son expresión de un patrón de comportamiento de auto-protección  para ser aceptados. Pero en el fondo nos dejan insatisfechos y vacíos pues no permiten el auténtico encuentro de tú a tú, el que nos permite establecer relaciones de calidad que llenen nuestras vidas con la energía del amor.”