DÍA 76 – Fernando Negro

Llenamos la mente de pensamientos irreales y fantasiosos que se convierten en obsesiones autodestructivas. No todo vale, ya que hay pensamientos que son como los virus dentro del disco duro de una computadora: nos dejan la mente dañada y todo lo que de ella sale es disfuncional, distorsionado y fragmentado.

Depende de nosotros mismos pensar de una manera positiva o negativa. La vida nos regala a diario experiencias, acontecimientos, personas, alegrías y penas, como la materia prima para una obra de arte que consiste en ser la persona que estoy llamado a ser. Y para ello hay que tener visión, hay que dejarse llevar de un paradigma que enfoque la mirada de mi ojo interior para descubrir y ser fiel al sentido de mi vida, pase lo que pase.

“Un paradigma no es más que un modo de ver una circunstancia o la vida en general. Algunas personas ven el vaso de la vida medio vacío. Lo optimistas lo ven medio lleno. Interpretan la misma circunstancia de manera distinta porque han adoptado un paradigma distinto. Un paradigma es,  básicamente,  la lente a través de la cual ves los acontecimientos de la vida, tanto internos como externos… Para mejorar drásticamente  la calidad de tu vida debes cultivar una nueva interpretación  de por qué estás aquí en la tierra.”[1]

Lo hemos repetido hasta la saciedad: no habrá cambio, transformación o conversión, mientras siga pensando de la misma forma, mientras siga anquilosado, anclado en mis miedos, mis resentimientos del ayer o mis ansiedades por una mañana que no está en mis manos controlar.

Jesús de Nazaret es bien claro en su discurso, cuando los judíos se ponían nerviosos ante su postura de libertad interior ante las leyes y las tradiciones: “Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo, porque entonces el remiendo al encogerse tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se produce una rotura peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino romperá el odre, y se pierde el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos.”[2]

Para crear un paradigma nuevo acerca de nosotros mismos hemos de descentrarnos imaginariamente de lo que somos, como si nos estuviéramos viendo desde fuera, y tratar de ser amablemente críticos acerca de nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestras reacciones, nuestras acciones y hábitos.

Desde ahí, hemos de pedir la luz del Espíritu para que nos dé una mente y una actitud nueva que nos conecte con lo que podemos ser, con lo que de verdad Dios quiere que seamos. En otros palabras, se trata de conectarnos con el sueño que Dios ha trazado para cada uno de nosotros desde antes de la creación del mundo. Ese sueño divino será nuestro paradigma, guiados por estas palabras: “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros–declara el Señor– `planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro de esperanza.” [3]

Una vez centrados en el nuevo paradigma, hemos de ponernos manos a la obra por medio de la voluntad y la autodisciplina, que son regalos del Espíritu santo para quienes creen, según lo que dice San Pablo: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,  humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.”[4]

Hablando de la disciplina y el dominio de sí mismo, podemos aprender algo importante de este texto: “Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter colmado de coraje y de paz. Mediante la virtud de la voluntad, estás destinado a alcanzar el más alto ideal de la vida y a vivir en una mansión celestial llena de cosas buenas, de vitalidad y alegría. Sin ello, estás perdido como un marino sin brújula, ese marino que al final se hunde con su barco.”[5]

Vivir en plenitud es una decisión que tomamos cada vez que examinamos nuestro ser profundo y decidimos encaminarlo hacia la luz.

[1] Robin Sharma, “El Monje que Vendió Su Ferrari, Una Fábula Espiritual”, Harper Collins Publisher, Barcelona, 2014, p. 188.

[2] Mc 2, 21-22.

[3] Jer 29, 11

[4] Gal 5, 22-23

[5] Robin Sharma, o.c. p. 160

“Cuando me siento feliz y contento, reconciliado conmigo mismo, puedo decir que mi batería existencial está bien recargada. Entonces me siento a gusto con mi trabajo y mis relaciones humanas derrochan vitalidad, alegría, comprensión y amor. Incluso mi aspecto externo cambia y tiendo a mostrarme transfigurado con una luz que nace de dentro.

Las personas a las que llamamos “felices” raramente tienen que demostrar nada a nadie, ni defenderse de nada, justificarse o competir, ni tendrán la más ligera inclinación al suicidio.

No se  trata de buscar que la vida nos sonría siempre, ignorando que el dolor o la dificultad existen. Pero cuando dejamos en libertad la alegría de ser lo que realmente somos, entonces llegamos a comprender que Dios puede pedirnos cosas difíciles; pero jamás quiere de mí la depresión, la ansiedad o el negativismo.”