Uno de los enemigos de nuestro crecimiento personal es la negación de la realidad, la negación de la verdad. Es interesante ver cómo personas hechas y derechas, a veces incluso personas de representatividad religiosa, se esconden en la mentira tratando de ocultar la verdad a base de máscaras y pseudo-personalidades aprendidas a lo largo de su desarrollo humano.
La verdad nos hace libres, y sólo crecemos hacia la verdad cuando somos humildes. Por eso Teresa de Jesús tenía toda la razón cuando definía la humildad como “caminar en la verdad”. La verdad es siempre amiga de nuestro crecimiento, aunque el aceptarla resulte doloroso.
La humildad nos devuelve siempre al realismo, a la realidad de lo que somos, para ir integrando cada aspecto de nuestra personalidad. La humildad se convierte así en plataforma para nuestro proceso de crecimiento, de vuelta a casa, al centro del yo real. Ello requiere simplificar las actitudes, ser más humanos, llegar a ser tan simples como un niño en las manos de su madre.[1]
Para negar la realidad usamos ciertos mecanismos de defensa tales como:
- La racionalización de lo que sabemos no es correcto. De esa manera aparentamos calmar nuestra conciencia, aunque tarde o temprano debemos confrontar la mentira que nos habita.
- La idealización de la realidad, intentando convencernos de que efectivamente todo está bien y no hay nada que cambiar. Esta idealización es una forma de narcisismo megalómano que construye una pantalla de supermán frente a aquellos que cuestionan ciertos aspectos de nuestra vida o de la realidad que nos afecta.
- La negación por medio de la cual tapamos el ojo del corazón para no ver realidades que nos condenan o ponen en entredicho nuestras convicciones equivocadas.
- La persecución de aquellos que intentan descubrir la verdad, sea cual sea el ámbito en que ésta se encuentre.
- La evasión a base de consumir drogas, alcohol, adicciones variadas y maneras de compensar la inseguridad que nos causa la verdad en sí misma.
- La penalización y victimización de los que creemos culpables de la verdad que nos hace sufrir. De esa manera nos convertimos en verdugos insensibles al dolor ajeno, con tal de que nuestro “ego” quede a salvo.
La triste realidad es que las apariencias y las máscaras queman la vitalidad de las personas; nada de ser humanos como los demás. Por eso deberíamos volver una y otra vez al punto de partida socrático: “gnosce te ipsum” (“conócete a ti mismo”). Para Sócrates la Verdad está dentro de cada persona. El educador sería pues una especie de partera o comadrona que ayuda a dar a luz la verdad. Cada persona estaría como preñada de verdad. Lo que podemos aprender de él es que, en efecto, la verdad acerca de quién soy yo está dentro y no fuera de mí mismo. Solamente con mirada profunda y amorosa podré encontrarla. Una vez encontrada, como dice Jesús en el Evangelio, conoceré la verdad y la verdad me hará libre.
Una santa de nuestros días habla de la humildad en estos términos: “El conocimiento de Dios produce el amor y el conocimiento de sí mismo produce la humildad. La humildad es la verdad. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Si estamos convencidos de ello nunca alzaremos la cabeza con orgullo. Si sois humildes nada os alterará; ni la alabanza ni el oprobio ya que sabéis lo que sois. Si os censuran no os desanimaréis por ello. Si dicen que sois santos, no os pondréis sobre el pedestal. El conocimiento de ti mismo te lleva a arrodillarte.” [2]
[1] Salmo 130
[2] Teresa de Calcuta y Roger de Taizé, “La Oración, Frescor de una Fuente”, PPC, Madrid, 1992, p.84
“Una persona es humilde cuando camina en la verdad conociéndose y apreciándose realmente por lo que es. Y de hecho cualquiera que se vea y se aprecie de sí mismo tal cual es, no tendrá dificultad alguna en ser humilde, ya que dos cosas resultarán evidentes para él: en primer lugar se hará patente la degradación, miseria y debilidad de la naturaleza humana como resultado del pecado original. De los efectos del pecado original nadie quedará completamente libre en esta vida por muy santo que llegue a ser. En segundo lugar esta persona descubrirá la inmensa grandeza del amor de Dios tal y como Él es y su superabundante amor por cada persona. Frente a semejante amor y bondad los sabios se quedan balbucientes como locos, y los ángeles y los santos se quedan ciegos de gloria. Así de poderosa es esta revelación de la naturaleza de Dios”. (Tomado de “La nube del no saber”)