Para que una persona esté bien integrada a nivel psico-espiritual es necesario que esté en búsqueda de su centro y de su dirección existencial. Quien ha encontrado su centro y su dirección, podemos decir que ha encontrado la piedra filosofal con la que hará posible la obra de arte de su transformación gradual en aquello que está llamado a ser, aquello que puede llegar a ser.
La persona sin conexión vital con su centro está abocado a la inseguridad, la indecisión y una serie de inconsistencias que tarde o temprano le jugarán malas pasadas. La persona sin sentido vital será un vagabundo sin destino. Pero si llega al menos a vislumbrarlo se convertirá en un peregrino con clara visión de su destino.
Cuando nos fallan los recursos interiores, nuestra espiritualidad queda anestesiada e inmovilizada. Es entonces cuando “es grande el riesgo de ceder a la tentación más radical del odio, del deseo de venganza o de la desesperación más radical; el riesgo de transformar el sufrimiento en violencia y, por tanto, de reproducir indefinidamente el mal, de entrar en su juego sin darse cuenta.”[1]
Solamente quien está bien asentado en el yo real saca las fuerzas y la sabiduría necesarias para vencer el mal a fuerza del bien. Etty Hillesum, la muchacha que supo convertir el sufrimiento del campo de concentración de Auschwitz en obra maestra de belleza y bondad, escribía en su diario: “Tendré que hacer mucho bien a mi alrededor para compensar todos estos atropellos.” (I, p. 173) Es así como ella iba buscando el sentido de su vida y ayudando a otros a encontrar el suyo, en medio de aquel caos de noche oscura.
Para Etty Hillesum aquella experiencia de aparente sinsentido se fue convirtiendo en una auténtica experiencia espiritual y mística por medio de la cual dedujo que su vocación era ayudar a Dios a ser Dios: “Adoptaré como principio ayudar a Dios en lo posible, y si lo consigo, pues entonces también estaré disponible para los demás.” (I, p. 161) Ella lo transformó todo de arriba abajo, transmutando el sufrimiento en alegría, transfigurando el mal en bondad, en amor, en esperanza.[2]
Es bueno que reflexionemos acerca de hasta qué punto estamos bien consolidados en nuestro mundo interior de convicciones que sostienen nuestra vida. Y también es bueno reflexionar acerca de cuál es la dirección que está tomando nuestra existencia, para ver si realmente está bien acompasada con la vocación o llamada interior por la cual estaríamos dispuestos a venderlo todo para ganarlo todo.
[1] Sylvie Germain, “Etty Hillesum”, Sal Terrae, Santander, 2004, p. 120
[2] Sylvie Germain, “Etty Hillesum”, o.c. p. 125
“Necesitamos la concentración y la disposición para hacer lo pequeño de manera sublime, poniendo mucho amor, al estilo de Teresa de Lisieux. Un discípulo preguntaba a su Maestro: “Maestro, ¿qué es el zen?” Y el Maestro respondió: “¡limpia el jardín!” A veces nos perdemos en palabras y disquisiciones bonitas, pero no acabamos de aterrizar y empezar a “limpiar el jardín”.
Los japoneses tienen el arte floral llamado “ikebana”, que consiste en disponer armoniosamente flores en un jarrón y mantenerlas bellas y con vida. Esto debería ser imagen de nuestra ascesis entendida como superación del egoísmo, dando muerte al hombre viejo para que nazca la belleza interior. Hemos de estar atentos a las oportunidades de la vida sencilla y ordinaria.
Deja de lamentarte, vive el presente, desenchúfate emocionalmente del pasado, vive el “age quod agis” el “aquí y ahora”. Éste es el camino de la madurez. Dios habita en la realidad. Dejemos pues de soñar despiertos. El gesto de contraer los labios y sonreír es también un hermoso gesto ascético si lo hacemos con amor.”