Carl Jung decía que la iluminación no llega a la persona a través de imágenes que le vienen de afuera, sino por medio de la consciencia de nuestra oscuridad. ¿Te has percatado de que gracias a la oscuridad de la noche podemos descubrir la existencia de las estrellas que brillan y titilan?
Efectivamente, sólo cuando nos atrevemos a confrontar la oscuridad interior (lo que la psicología llama ‘zonas oscuras’) comenzamos a saborear el regalo de la luz que paulatinamente amanece dentro de nosotros.
El miedo a confrontarnos con lo que realmente somos suele impedirnos el viaje más largo de la vida: el viaje hacia adentro. Nos horroriza tener que aceptar nuestras incongruencias, nuestras faltas de coherencia y consistencia, nuestros fallos, debilidades, obsesiones, heridas, adicciones, etc. Pensamos que dentro de nosotros sólo existe esa realidad oscura; por eso tratamos de evitarla o reprimirla.
Olvidamos lo más importante: toda esa oscuridad no pertenece a nuestra esencia, sino que es ‘basura’ que hemos ido acumulando en el jardín de nuestro interior, que ha llegado a ser un auténtico basurero.
Pero si de verdad bajamos ahí, al centro de nuestro ser, descubrimos la más preciosa belleza que podemos imaginar: el ser real que por naturaleza (pues somos imagen viva de un Dios Bueno, Bello y Verdadero) es bello, el ser real colmado de luz que persistentemente intenta salir a la superficie.
Es hora de decir ¡basta!, y de comenzar a vivir con una nueva convicción, una nueva actitud de renovada y ascendente autoestima. Es hora de hacer verdad las palabras de Gandhi: “No permitiré que nadie se pasee por mi mente con los pies sucios.”
Leemos y meditamos este texto:
“Me he bañado, Señor, en el río de tu amor. Me he atrevido a sumergirme en las aguas de tu misterio y me he convertido en una ‘nueva creación’. Has destruido mis resistencias a tu acción y, sellado por tu Espíritu, me has hecho tu hijo querido. Y sé que todos mis miedos ya no tienen sentido; son solamente una sombra que se derrite bajo el Océano de tu amor. He vuelto mis ojos hacia el Este y, ya para siempre, avanzaré hacia el lugar donde Tú siempre amaneces… Un viaje sin retorno.”