DÍA 69 – Fernando Negro

Estamos en medio de un cambio de época; no solamente en medio de ciertos cambios de una época llamada postmoderna. En la postmodernidad se han perdido los grandes relatos que nos dieron consistencia y sentido de continuidad en los diferentes eslabones de la historia tanto social como personal.

Por eso asistimos a la fragmentación como manera de percibir la realidad y de percibirnos a nosotros mismos. Nos quedamos con trocitos de la realidad y no acabamos de conectarlos con la gran narrativa que los llena de sentido y dirección.

Ante semejante análisis, no podemos quedarnos en la fragmentación desarmonizada como si se tratase del punto de llegada a ningún lugar, que es lo mismo que abogar por el nihilismo. Por el contrario, el proceso de crecimiento, sobre todo el personal, deberá tener como guía y meta el de la armonización integral, fluyendo desde el yo real, desenmascarado y vulnerable.

Una de las máscaras más herméticamente aferrada a las personas contemporáneas es la del narcisismo tenaz que vive en la “con-centración” absoluta en la ilusión de una imagen que hay que alimentar a toda costa, aunque sea el precio de vivir de cara a la galería, escondiendo lo que realmente somos.

El narcisismo acaba finalmente haciendo un ídolo de la ilusión del ser a base de pensamientos megalómanos, irreales y desconectados de la realidad personal, social o cultural.

Algunos signos de narcisismo más o menos enraizado en la persona pueden ser:

  • Negación a toda costa de la realidad personal o circundante.
  • Negación de la necesidad de ayuda, de consejo, de dirección.
  • Negación de los defectos personales y de los fracasos personales.
  • Echar la culpa a de los males y fracasos a las circunstancias o a otras personas.
  • Necesidad casi compulsiva de exhibirse ante los demás.
  • Aparentar tener amigos por todas partes, aunque uno se sienta solo.
  • Necesidad de estar conectado, aunque no necesariamente “relacionado”.
  • Necesidad de obnubilar a otros a base de contar la realidad de modo exagerado.
  • Rechazo casi compulsivo de cualquier llamada de atención o corrección.
  • Desconexión irresponsable de lo que es realmente nuestra responsabilidad.

Obviamente hay muchos otros signos de narcisismo que cada uno de nosotros podría añadir a la lista. Lo que importa es aprender a autoevaluarse, a ponerse en perspectiva para examinar nuestras acciones y actitudes, nuestros hábitos y patrones de conducta, de manera que amanezca desde dentro el yo real y desenmascarado.

La auténtica verdad – por paradójico que parezca- es que nuestra fortaleza radica en la vulnerabilidad. Es ahí donde aprendemos a conquistar el narcisismo y todo lo que, dentro y fuera de nosotros mismos, llamamos “el mal”.

Analizarse, observarse, tener la valentía de tomar decisiones dolorosas, desaprender los hábitos y actitudes viciadas por el tiempo y la rutina aprendida, atreverse a confrontar las tinieblas con la luz de la sabiduría… Eso es vivir de verdad, tener vida en abundancia.

Aunque existe en mí el deseo de hacer el bien, no puedo; Hago lo que no deseo y omito aquello que realmente deseo hacer. Así que no soy yo quien actúa sino el mal que habita en mí. Así que encuentro esta regla: que siempre que quiero hacer el bien, es el mal quien me somete. Dentro de mi corazón amo intensamente la ley de Dios, pero me doy cuenta de que actúa en mí otra ley opuesta. Y ambas están en lucha. Y así me siento dentro de la ley que me somete porque está dentro de mi naturaleza. ¡Qué desgraciado soy! ¿Quién me librará de esta naturaleza inclinada a la muerte? Dios, gracias sean dadas a Él por medio de Cristo Jesús nuestro Señor. Así que con mi mente obedezco la ley de Dios pero en mi naturaleza desordenada obedezco a la ley del pecado.[1]

[1] Rm 7, 18-25