Entrando en el mundo del silencio interior, lo primero que descubrimos es que ahí adentro hay mucho ruido. Es el ruido de las heridas no sanadas, de las voces reprimidas, del niño que todos llevamos dentro y que ha sido condenado a ser mayor antes de tiempo, etc.
Ante semejante ruido interior, uno se pregunta si será posible encontrar la paz y la serenidad, la armonía y la consolidación del ser real que grita libertad. La Biblia habla de corazón roto o corazón literalmente hecho añicos. Es la experiencia del dolor del alma que tarde o temprano, con mayor o menor intensidad, todos hemos sentido o seguimos sintiendo.
Declaramos abiertamente que el corazón roto y abatido puede ser sanado, pero se requiere un acto noble de valentía para descender a los infiernos y dejarlos liberados no solamente por medio de nuestro esfuerzo, sino sobre todo por acción de la gracia dentro de nosotros.
Muchos nunca se curarán porque sistemáticamente evitan confrontarse con el dolor y la pena. Lo hacen a través de la negación, de la represión de la memoria y del bloqueo emocional y racional. De esa forma crean en su inconsciente un fango de dolor oscuro que les hace ver la vida desde la derrota y la frustración.
Bajar a los infiernos del dolor es un acto sanador que nos libera y desata la verdad, la bondad y la belleza que están esperándonos como tesoros ocultos por los que vendemos todo para ganarlo todo. En ese proceso descendente-ascendente deberemos trabajarnos las siguientes actitudes:
- Dejar a Dios y a la acción de su gracia, el campo libre para que hagan en nosotros lo que, por nuestras solas fuerzas, es imposible.
- No dramatizar nuestro sufrimiento, sino ser conscientes de que es parte del sendero de la vida.
- Buscar la verdad acerca de las causas de nuestros sufrimientos y de las soluciones que nos vienen de la sabiduría que viene de lo Alto.
- Darse cuenta de las necesidades emocionales básicas (sentirse amado, ser significativo y sentirse seguro) y tratar de darles solución.
- Recordar que la auténtica autoestima procede de verse a sí mismo con los mismos ojos compasivos con los que nos mira Dios.
- Conectarse con nuestros propios sentimientos y la auto-percepción que nuestros sufrimientos originan dentro de nosotros.
- Dar a nuestros sentimientos palabra y expresión verbal, mientras los exponemos delante de un Dios que nos ama tal y como somos.
- Si nos sentimos víctimas de abusos, darnos cuenta de que somos “víctimas” y no permitir que la culpa malsana se instale dentro de nosotros.
- Hacer una lista de los abusos de los que somos víctimas y decidir perdonar a quien nos hizo daño, analizando los elementos de la lista, uno a uno.
- Permitirse llorar por todo lo que nos ha hecho daño, escribiendo por cada una de nuestras penas la palabra: “se acabó”.
- Recordar que toda sanación es un proceso, no un acontecimiento puntual. Lo importante es haber tomado la decisión de perdonar incondicionalmente.
- Prepararse adecuadamente para convertirse en agentes de perdón y sanación para los demás. Ser sanadores heridos nosotros mismos.[1]
No hemos nacido para la frustración ni para la infelicidad crónica. Nuestra vida ha estado concebida por el Creador para ser vivida en plenitud[2] y para disfrutarla en el ámbito de la libertad y la felicidad. Es verdad que el dolor nos visita con frecuencia. Pero una cosa es el dolor como parte de nuestra naturaleza efímera y limitada, y otra el sufrimiento que nos infligimos a nosotros mismos de manera cruel y autodestructiva.
[1] June Hunt, “Verbal and Emotional Abuse, Victory Over Verbal and Emotional Abuse”, Rose Publishing, Torrance (California), 1984, pp. 71 & 75-79.
[2] “He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia.” (Jn 10, 10).
“Nos deslumbra el mundo de la cosmética, la moda, las tendencias en las pasarelas, de los fans y de las estrellas. Se cotiza más la cáscara que el corazón… Tenía razón Ortega y Gasset cuando decía: “la vida humana es en su propia sustancia y en todas sus irradiaciones creadora de modas, o, dicho en otro giro, es esencialmente “modi-ficación”. ¿La vida humana?… Acaso toda vida.”[1] Algo huele a trivial en el ambiente. Nuestro mundo está en seria necesidad de una alternativa que nazca del corazón. Debemos decirle al hombre agitado: “no te engañes, la bombilla es importante pero lo que necesitas es la luz”. ¡Reconstruyamos desde dentro el puzle en el que vivimos! “No se ve bien si no es con los ojos del corazón”. Para ver bien con el corazón debes verte tal y como eres: limitado, sí, pero con un universo de posibilidades infinitas que te invitan a crecer. Ahora que el hombre ha llegado a Marte, debería aspirar a llegar al corazón… ¡el viaje más largo!”
[1] Ortega y Gasset, “Estudios sobre el Amor”, Alianza Editorial, Madrid, 2002, p.164