Todos hemos sido heridos de una u otra forma en la vida; todos hemos tenido la experiencia del rechazo del mal trato, de la separación abrupta del grupo que nutría nuestra seguridad familiar, laboral, etc.
Cada cuál podría escribir su historia de herido en la batalla de la vida ordinaria. Las heridas que llevamos grabadas no deberían, sin embargo, ser las dueñas y conductoras de la carreta de nuestra vida.
Volviendo a la enseñanza existencial de Hetty Sillesum, de la que hablamos ayer, ella dejó escrito en su Diario una noche de junio de 1942: “Para humillar hacen falta dos: el que humilla y aquel a quien se quiere humillar; pero sobre todo aquel que quiere dejarse humillar. Si falta éste o, en otras palabras, si la parte pasiva está inmunizada contra toda forma de humillación, las humillaciones se desvanecen como el humo… De vez en cuando tenemos derecho a estar tristes o abatidos por aquello que nos hace sufrir; ello es perfectamente humano y posible. Sin embargo el verdadero expolio nos lo infligimos nosotros mismos. A mí la vida me resulta bella, y me siento libre.”[1]
¿De dónde le nacía esa mirada que sintonizaba con la belleza de la vida, en medio de la destrucción que suponía vivir en un campo de concentración? Etty Hillesum estaba conectada consigo misma, con el ‘núcleo de su ser´, como ella decía, donde descubría la presencia del Otro. Ese Otro, Dios, al que San Agustín definía como “El Afuera que está dentro”.
Con esa misma lógica agustiniana, escribía Etty en su Diario: “Hay en mí un pozo profundo. Y en ese pozo está Dios.”[2]
Si queremos ser personas bien estructuradas, personas armoniosas y armonizadas desde dentro, hemos de conectarnos con ese océano de autoestima que consiste en sabernos amados por lo que somos, incluso en medio de nuestras fracturas y heridas. Nadie puede dañarnos si nosotros no nos dejamos. La belleza de la vida consiste en conectarnos con el pozo profundo del ser de donde mana la fuerza contra la que nada ni nadie puede hacer nada.
Nos han podido intimidar, adoctrinar, desacreditar, degradar, aislar, marcar. Aislar, ignorar, olvidar, explotar, insultar, atacar, gritar, etc. Es el momento de recibir esas experiencias como parte de nuestra vida, pero no para quedarnos en el trauma y el dolor que nos hayan podido infligir esas experiencias, sino para liberar desde dentro la bondad que nos espera para sanar y aprender a ser felices.
Recordemos que aquella persona que nos hizo daño no deja de ser un pobre hombre, o una pobre mujer que no es más fuerte que nosotros. Simone Weil (1909-1943), filósofa y mística francesa con una gran capacidad de empatía con el sufrimiento ajeno, lo decía de esta forma: “El inocente que sufre sabe la verdad de su verdugo; el verdugo en cambio no la sabe. El mal que el inocente siente en sí mismo está en el verdugo, pero el verdugo no es sensible a ello. El inocente sólo puede conocer el mal como sufrimiento, a lo que el criminal no es sensible es al crimen.”[3]
Vamos pues a mirarnos con ojos de misericordia, recordando que las heridas que otros nos hayan infligido, son en el fondo las heridas que ellos llevan por dentro y no lo saben. Que descubramos la verdad de aquel trozo de sabiduría china que dice: “Dios me dice cada día: ‘con tus propias heridas yo te sanaré.’”
[1] Sylvie Germain, “Etty Hillesum, Una Vida”, Sal Terrae, Santander, 2004, p. 88
[2] Idem, p. 34
[3] Simone Weil, « La pesanteur et la Grâce », Presses-Pocket, Plon, Paris 1988, p. 85
ASÍ HABLA UN SANADOR HERIDO: “Tengo la firme convicción de que somos muy sensibles y muy sanos a nivel mental y espiritual; pero las relaciones alteradas, de desconfianza y de falta de sensibilidad de unos y otros, han creado lo que la sociedad actual llama “enfermedades” de la mente. Es el gran negocio de nuestro mundo occidental a través de una psiquiatría que hace su negocio con píldoras que nos hacen vivir encarcelados en una auto-percepción denigrante de nosotros mism0s.
Pero en realidad nuestra conducta en solamente disfuncional. Alterada por las circunstancias externas que crean un alboroto mental y emocional. Llego a la conclusión de que la auténtica sanación de esta disfuncionalidad es el decidir sanarnos mutuamente con nuestras propias heridas, mirándonos a los ojos desde el corazón y sentir que cada uno de nosotros somos héroes que hemos tratado de hacer lo mejor, aunque hayamos errado la forma.
Quiero deciros que contéis conmigo en la empresa de construir puentes para que sobre mí todos podáis encontrar la seguridad de un camino de paz y de acogida. Perdonar y pedir perdón, ésa es la gran tarea de la vida.”