Sólo desde la experiencia de nuestra indigencia podemos llegar con toda certeza a la auténtica excelencia escrita en el ADN existencial acerca de lo que de verdad somos y podemos ser.
Experimentar nuestra indigencia es sentirnos tal y como somos, sin máscaras ni poses postizas que nos hacen entrar en el mundo narcisista de la mentira. Sentirnos indigentes es estar en contacto con todo aquello que forma parte de nuestra fractura y fragmentación que constantemente necesita ser redimida.
Cuando tocamos esa parte esencial de nosotros mismos, paradójicamente entramos en la experiencia bella y liberadora de nuestra transformación por obra y gracia de la GRACIA. En esa experiencia no tenemos nada de qué enorgullecernos, pues sentimos que desde nuestra impotencia e incapacidad, surge una “energía divina” que desde toda la eternidad nos ha estado esperando.
Una muchacha judía, Etty Hillesum (1914-1943) que durante el nazismo experimentó un proceso hermoso de transformación desde su más completa indigencia y desorientación existencial, dejó plasmado en su Diario, antes de morir en la cámara de gas, el efecto de la GRACIA en ella de manera profunda y transparente:
- “En el fondo, todas esa aventuras y relaciones me hicieron muy desgraciada y me desgarraron. Pero yo no hacía ningún esfuerzo consciente por resistir; la curiosidad terminaba siempre apoderándose de mí. Ahora que mis fuerzas se han organizado, empiezan a luchar contra mi deseo de aventuras y mi curiosidad erótica, que me hace sentirme atraída por muchos hombres.”[1]
- “En sus esporádicas visitas, la gracia ha de encontrar una técnica muy preparada.”[2]
- “Hay en mí un pozo muy profundo. Y en ese pozo está Dios.”[3]
- “He tenido que recorrer un camino difícil para encontrar este gesto de intimidad con Dios y para decir por la noche en la ventana: ‘Te doy gracias, Señor’”.[4]
- “Voy a quedarme todo el día en un rincón de esa enorme sala de silencio que hay en mí… Permanezco inmóvil, ligeramente cansada, en un rincón de mi silencio, sentada y con las piernas cruzadas como un Buda, y con la misma sonrisa, una sonrisa interior, por supuesto.”[5]
- “La ausencia de odio no implica necesariamente la ausencia de una elemental indignación moral. Yo sé que quienes odian tienen buenas razones para ello. Pero ¿por qué vamos a escoger siempre el camino más fácil y más trillado? En el campo he sentido con todo mi ser que el más pequeño átomo de odio que se añada a este mundo lo hace aún más inhóspito.”[6]
Hemos de tener en cuenta que quien escribe todo esto es una muchacha que había vivido despistada, fuera de sí misma y del sentido vital que, poco a poco fue recuperando en medio de la dureza de la persecución nazi. Es ahí donde llega a experimentar la gran misión de su vida: “ser el corazón pensante del barracón”, de todos los barracones; el corazón atento, a la vez libre de la menor ilusión e insumiso a la desesperanza reinante.[7]
Si de verdad queremos crecer, hemos de hacerlo usando el barro de nuestra indigencia para con ella continuar la obra de arte que Dios ha iniciado en nosotros y a través de nosotros desde el mismo día en que fuimos concebidos en el vientre de nuestra madre.
[1] Sylvie Germain, “Etty Hillesum, Una Vida”, Sal Terrae, Santander, 2004, p. 23
[2] Idem, p. 22
[3] Idem, p. 34
[4] Idem, p. 35
[5] Idem, p. 51
[6] Idem, p. 68-69
[7] Idem, p. 90-91
“El diamante Kohinor es uno de los más espectaculares del mundo. Pasó a formar parte de la Joya de la Corona de Inglaterra cuando fue presentado como un regalo a la Reina Victoria por uno de los Rajás de la India cuando éste era solamente un muchacho.
Unos años más tarde, el mismo Rajá, ya adulto, visitó a la Reina Victoria de Inglaterra. En presencia de la Reina pidió que le trajeran inmediatamente aquella perla preciosa que estaba ahora en la Torre de Londres. La Reina accedió a la petición.
Tomando el diamante en sus manos, el Rajá se arrodilló ante la Reina y le presentó el diamante con estas palabras: ‘Majestad, le ofrecí esta joya cuando era solamente un niño, demasiado joven para saber lo que estaba haciendo. Hoy se lo vuelvo a dar en la plenitud de mis fuerzas, de todo corazón, con afecto y gratitud, y para siempre, plenamente consciente de lo que hago.’