Declaro que la vida está a mi favor, que todo lo que he vivido desde mi concepción en el seno materno es como agua de un río que se va abriendo cauce hacia la única dirección para la que fui creado: La Felicidad.
Declaro que llevo dentro un tesoro por el que, una vez descubierto, seré capaz de dejarlo todo. La capacidad de ser feliz no está en las circunstancias externas, tampoco en otras personas. Esa capacidad es el ADN espiritual con el que fui creado.
Declaro que, habiéndome dado cuenta de mis imperfecciones, mis meteduras de pata(,) y de mi pecado, y habiendo confesado ante Dios y aquellos a quienes herí, consciente o inconscientemente, sé que Dios me declara inocente.
Por eso declaro hoy que no tengo enemigos. Si alguien quisiera hacerme daño, también a él lo declaro inocente. Jamás podrá dañar la profundidad de mi ser real.
Declaro que mi vida tiene un sentido, una dirección definida de amor, por medio de la cual todo cobra valor, incluso el sufrimiento y la muerte. En esta condición de sentido vital me libero del miedo, de la frustración existencial y del odio hacia mí mismo y hacia los demás.
Declaro que la vida es una obra de arte en la que aprendo a usar la materia prima de mis errores e imperfecciones para que la imagen divina que me habita vaya haciéndose progresivamente más transparente.
Declaro que estamos rodeados de belleza, aunque muchos no se dan cuenta. Así pues también declaro que la belleza sólo se descubre afuera, cuando me conecto con ella dentro de mí.
Declaro que el Dios que me sostiene es Bueno y Misericordioso, exuberante de Belleza, Bondad y Verdad. Declaro que, hasta que un día lo vea cara a cara, ahora lo busco y lo encuentro entre la niebla y el viento.[1]
Declaro que hoy vuelvo a nacer. Ayer ya pasó, y mañana vendrá con sus afanes y ansiedades. Hoy es el primer día del resto de mi vida. También declaro pues que, en mis relaciones interpersonales, dejo atrás todo prejuicio o preconcepto, pues también el otro tiene derecho a cumplir ‘hoy’ su aniversario de nacimiento.
Declaro que solamente la fuerza y la belleza del amor pueden cambiar el mundo. De hecho ya está cambiado cuando me abro al Resucitado que libera de dentro de mí la Belleza del Padre, la Verdad del Espíritu, y la Bondad sin fronteras nacida en la Pascua del día de mi bautismo.
[1] El 24 de Mayor de 2013, un día después de la muerte de mi hermana María de los Ángeles, escribí este poema-oración para su recordatorio: “Buscarte, Señor, buscarte/ entre la niebla y el viento/ y finalmente encontrarte/ en el Amor de tu Cielo.”
Quiero, Señor, tener tu mente y
Pensar como Tú piensas;
Llegar a saber lo que Tú quieres.
Quiero tener tu corazón
Y sentir lo que Tú sientes,
Y amar lo que Tú amas.
Deseo, Señor, nacer de nuevo.
Quiero mirar y ver las cosas como Tú las ves.
… Pero me asusta contemplar la inmensa distancia,
El inabarcable abismo que me separa de ti.
Eres Tú quien me llama a este ‘sueño imposible’.
Por eso me dejaré hacer por Ti,
Abandonándome confiado
En los brazos de tu misericordia.
Tú me darás lo que necesite y cuando lo necesite. Amén.