Las zonas oscuras de nuestra vida, sobre todo las heridas, nos dirigen de manera inconsciente a no ser que las confrontemos desde la compasión y la misericordia, como elementos esenciales para llegar a la verdad. Ambas actitudes deben estar siempre presentes como peldaños para llegar a la luz sobre nosotros mismos y los demás. Leamos atentamente el siguiente texto y lo comprenderemos mejor:
‘Llegar a ser uno mismo plenamente y auténticamente consiste en que a través de las diferentes etapas de la vida vamos integrando la capacidad de relacionarnos con los otros, fijando nuestros propios límites y nuestra propia autoestima, actuando de forma creativa, desarrollando nuestra propia aceptación personal, una visión holística de la sexualidad, en apertura y diálogo, dejando aflorar el inconsciente. Estamos continuamente metidos en este viaje y cada etapa nos ofrece una oportunidad para desprendernos de nuestra identidad falsa o parcial que hemos ido creando a lo largo de nuestra vida.
Asumimos nuestras sombras, nuestro yo no vivido, integrándolas conscientemente en cada elección que tomamos y aceptando humildemente nuestras limitaciones y nuestra necesidad de Dios y de los otros. La fe nos recuerda que la encarnación de Cristo se completó en el sufrimiento humano. Las heridas sicológicas nos empujan pues no sólo a la búsqueda de sanación, sino a la búsqueda de Dios mismo. Pareciera, como si fuera una paradoja, que Dios se revelara más nítidamente en nuestras propias heridas.’ (Don Visón, Hermano Marista).
Alguien ha escrito, tomado de la sabiduría china, algo muy hermoso: ‘Dios te dice cada día: con tus propias heridas te sanaré.’
Lo hemos dicho antes y lo volvemos a repetir: el auténtico terapeuta lo llevamos dentro. Gastar energías afuera, culpabilizando a la mala suerte o a otras personas, es una trampa que nos vacuna contra la responsabilidad que estamos llamados a asumir. Quedamos así estancados en el mar alborotado de la frustración y la ira.
Estamos invitados a salir del estancamiento a base de vivir centrados en el aquí y ahora que nos dicta una nueva sabiduría de comprendernos, mirando al futuro con esperanza y desde la esperanza.
“Para Sócrates toda vida que no se reflexiona es una vida que no merece ser vivida. Debemos tener esto en cuenta para reflexionar constantemente acerca de nuestra identidad y nuestro proceso de integración personal, de manera que nuestra vida no caiga en la rutina, que es como la sal a la que se le ha quitado el sabor.”
“Es importante que vayamos poco a poco moviéndonos del punto de apoyo de lo que hacemos hacia el del por qué lo hacemos. Para ello tenemos que preguntarnos: “¿Quién soy yo?”. Y aquí topamos con la exhortación socrática del “conócete a ti mismo”.
“El libro de la mística inglesa del siglo XIV, “La nube del no saber”, hace una curiosa definición de lo que es la humildad en relación al autoconocimiento: “Una persona es humilde cuando camina en la verdad conociéndose y apreciándose realmente por lo que es. Y de hecho cualquiera que se vea y se aprecie a sí mismo tal cual es, no tendrá dificultad alguna en ser humilde, ya que dos cosas resultarán evidentes para él: en primer lugar se hará patente la degradación, miseria y debilidad de la naturaleza humana como resultado del pecado original. De los efectos del pecado original nadie quedará completamente libre en esta vida por muy santo que llegue a ser. En segundo lugar esta persona descubrirá la inmensa grandeza del amor de Dios tal y como Él es y su superabundante amor por cada persona. Frente a semejante amor y bondad los sabios se quedan balbucientes como locos, y los ángeles y los santos se quedan ciegos de gloria. Así de poderosa es esta revelación de la naturaleza de Dios.”