Ayúdame, Señor,
A no tomarme demasiado en serio
Las vicisitudes de la vida.
Que aprenda a mirarme en perspectiva
De manera que, mi mirada panorámica interior,
Comprenda que soy esencialmente bueno
Y que las zonas salpicadas de oscuridad
Son producto de mi ignorancia
Más que de mi maldad.
No permitas que el huésped de la desesperación
Anide en la torre de mi alma.
Alivia mi culpabilidad malsana y la ansiedad que me oprime.
Pero sobre todo, Señor,
Dame sentido del humor
Para reírme de mí mismo y de mis ocurrencias.
Sólo así saltaré de gozo en tu presencia
Y en la de los que me rodean.
La verdad acerca de mí mismo
Es más hermosa que yo imagino ser.
Mirando dentro de mí, con tus mismos ojos,
Con la misma mirada infinita sobe mí,
Descubro el océano de tu Belleza
Que ocupa los espacios interiores
De mi corazón.
Ése soy yo, Señor.
Y, con tu ayuda, ¡ése siempre quiero ser!
Leyendo este poema acerca de la Belleza que nos habita, trata de memorizarlo todo entero, o al menos parte del mismo; quizás las frases que más te han tocado. Luego llévalo a la vida y trata de vivir de acuerdo a ese mensaje. Te aseguro que te sorprenderás al ver que, efectivamente, al limpiar el ojo interior la vida es más bonita, incluso en medio del dolor. Te darás cuenta de que, además de la belleza que te habita, “estamos rodeados de belleza” por todos los lados.
“¡Es formidable este amor entre Dios y el hombre! Es realmente maravilloso lo que Dios ha hecho al crear al hombre. Es verdad que tenemos mucho en común con los minerales, con las piedras… También con los vegetales: los árboles respiran, se alimentan, crecen… Y nosotros también. Y no puede negarse que somos, por así decirlo, “hermanos” de los animales. Pero además, a un nivel superior a nosotros, participamos de la naturaleza de los ángeles y del propio Dios… ¡Qué aventura, qué audacia, reunir en una misma criatura tantos y tan diferentes caracteres! Por eso le es tan difícil al hombre conservar tal equilibrio: hay tantos mundos que nos atraen desde dentro de nosotros… Y es Cristo quien nos proporciona la unidad. Es Cristo quien unifica todos esos mundos que hay en nosotros… Me parece que sería tan ridículo pensar que únicamente hay vida en la tierra, habiendo como hay miles de millones de planetas… El día en que el hombre llegue a Saturno –y llegará algún día- verá que aún no ha llegado al final del universo, sino tan sólo al final del comienzo.”[1]
[1] Dom Helder Camara, “El Evangelio Según Dom Helder”, Sal Terrae, Santander, 1985, pp. 16-17