Solamente somos fuertes cuando tocamos el más profundo centro del ser y constatamos que somos indigentes, que somos personas necesitadas de un nuevo renacer y de personas que nos ayuden en el proceso.
Quien no experimenta la indigencia existencial jamás crecerá desenmascarado. Porque, repetimos lo que ya hemos dicho en alguna ocasión, nuestra fortaleza reside precisamente en nuestra fragilidad existencial.
A veces aparentamos controlar nuestra vida, y manifestamos esta ilusión por medio de sub-personalidades, patrones de comportamiento aprendidos(,) y máscaras; pero tarde o temprano se derrumba el ensamblaje artificial y comprendemos que vale la pena ser auténtico, ser ‘real’.
Nos dice la parábola del hijo pródigo que, habiendo gastado toda la fortuna del padre, habiendo experimentado lo que significa vivir hacia afuera, cuando ni siquiera podía llevarse a la boca lo que los cerdos comían, “entró en sí mismo”. Ese ‘entrar en uno mismo’ es esencial para comenzar el viaje de la autenticidad.
La misma parábola nos indica el camino a seguir desde esta experiencia de indigencia: “Me levantaré e iré a mi padre…” En otras palabras, es volver a la fuente de la vida que es el amor recibido y amor compartido.
Por eso sentirse indigente, desenmascarado, es elemento esencial. Quienes se sienten autosuficientes y autocomplacientes jamás darán el salto bello y hermoso del crecimiento hacia lo que pueden llegar a ser. Su vida parapetada les impide formular el verdadero sueño, el ideal para el que fueron creados. Se quedan para siempre anclados en el quedar bien, en las apariencias, el arribismo y un sinfín de trampas que se encuentran por doquier.
Todo esto lo podemos aplicar a nuestra relación con el Misterio al que llamamos Dios. Recuerda que estamos haciendo un proceso de integración y armonización del ser, en el que contamos como esencial que somos espíritu encarnado, huella de Dios trazada en nuestra humanidad.
Quien nunca se ha sentido pecador, sanamente culpable, necesitado de un salvador, jamás podrá experimentar la alegría profunda de saberse y sentirse amado a pesar de uno mismo o, mejor, precisamente por ser uno mismo, perfectamente humano, perfectamente imperfecto. Es el amor quien nos embellece. Y Dios es solamente amor.
EL ESCONDITE
“Yo no sé si te conozco
Lo suficiente para quererte
Pero sí sé que te amo
Y apasionadamente te busco
Escondido entre la vida
Caminando hacia la muerte.
Y muy a menudo te encuentro
Y, como por arte de magia,
De pronto desapareces.
Es como un simple juego
De niños al escondite:
Yo te busco, tú me encuentras
Para yo buscarte de nuevo.
Y así voy descubriendo, Señor,
Que no eres Tú el ausente
Sino yo quien desaparece.”
(Fernando’ 08. New Delhi, Enero de 2008)