DÍA 52 – Fernando Negro

Mirar hacia atrás para hacer memoria que sana las heridas y motiva para seguir haciendo lo que de verdad comenzó siendo bueno, es parte del proceso de crecimiento. La memoria no solamente recuerda el pasado, sino que lo presenta delante de nuestros ojos en toda su profundidad para que, dejándola expuesta ante la mirada amorosa de Dios, que es sólo amor, pueda ser curada, purificada, moldeada en algo nuevo, bello y hermoso.[1]

Así pues esta actitud no tiene nada que ver con la nostalgia del que se deja llevar del complejo de Peter Pan para no crecer o para regodearse en el dolor del pasado, haciendo las heridas aún mayores de lo que en realidad son. No se trata de pasar factura contra uno mismo ni contra nadie. Lo que fue, es. Y lo que sucedió, marcado por el dolor que otros nos infligieron, hay que aceptarlo, ser comprensivo con uno mismo y con los otros, y así seguir adelante liberados y sanados.

Muchas veces la mirada obsesiva al pasado está teñida de culpa malsana, de rencor y de deseo de revancha contra uno mismo o contra los que nos hicieron sufrir, aunque ellos no lo advirtieran en su momento.

Mirar hacia adelante como un profeta que proclama buenas noticias acerca de uno mismo y de su crecimiento global y espiritual es parte de la vida de una persona que se precie de estar ‘viva’. Pero mirar hacia adelante cargados de ansiedad por lo que será o pueda ser, forma parte de una manera disfuncional de verse uno a sí mismo, a los demás y a la vida misma en general.

Cuando miramos positivamente el futuro estamos invocando al Espíritu del Dios Bueno que nos dice que todo está bien y que todo estará bien, aunque nos empeñemos en lo contrario. Esta actitud conecta perfectamente con la fe y la confianza en el Dios de Jesucristo, quien nos dice en el Evangelio hablando sobre la oración: “Si crees en tu corazón, le dirás a este árbol que se arranque de cuajo y se transporte en el mar, y te obedecerá.”

Quienes más han creído y se han fiado del Dios Bueno, los santos,  han acabado haciendo cosas que desde el punto de vista humano eran imposibles y utópicas. Pero pusieron toda su persona al servicio de Aquel que les inspiraba, y así lograron empresas mucho más grandes que ellos mismos. Consideraban siempre que no eran más que ‘siervos inútiles’.

Mirar al presente aprisionados por la culpa malsana del pasado y la ansiedad por el futuro, es no vivir. Es la negación de la vida. Culpa y ansiedad, obsesivamente vividas, cristalizan en lo profundo de una persona en forma de culpa.

Por eso deberemos siempre meternos en cada minuto, en cada segundo de nuestra vida a fondo, con el coraje de quien ha encontrado una pasión que da sentido total a su vida. Es ahí donde de verdad aprendemos a experimentar la razón de ser de todo el Evangelio y de la vida de Jesús: “que tengamos vida y la tengamos en abundancia.” (Jn 10,10)

[1] F. Roosevelt dejó escrito “Los hombres no son prisioneros del destino, sino tan solo de su propia mente.”

“El mundo de la cosmética, de la moda, de las tendencias, de las pasarelas, de los fans y de las estrellas nos deslumbra. Se cotiza más la cáscara que el corazón… Tenía razón Ortega y Gasset cuando decía: “la vida humana es en su propia sustancia y en todas sus irradiaciones creadora de modas o, dicho en otro giro, es esencialmente “modi-ficación”. ¿La vida humana?… Acaso toda vida”.[1] Algo huele a trivial en el ambiente. Nuestro mundo está en seria necesidad de una alternativa que nazca del corazón. Debemos decirle al hombre agitado: “no te engañes, la bombilla es importante pero lo que necesitas es la luz”. ¡Reconstruyamos desde dentro este puzle en el que vivimos! “No se ve bien si no es con los ojos del corazón”. Para ver bien con el corazón debes verte tal y como eres, limitado, sí, pero con un universo de posibilidades infinitas que te invitan a crecer.

Ahora que el hombre ha llegado a Marte, también debe  llegar a su corazón… ¡el viaje más largo!”

[1] Ortega y Gasset, “Estudios sobre el amos”, Alianza Editorial, Madrid, 2002, p. 164