DIA 51 – Fernando Negro

El título inicial de este proceso es “El Tesoro lo Llevo Dentro”.  Es importante que una vez más reenfoquemos todo nuestro trabajo, pues es una verdad absoluta el convencimiento de que he nacido con todo lo que necesito para ser feliz. Ese equipaje con las herramientas para la felicidad y la libertad de ser lo que Dios quiere que seas, está dentro de nosotros. El problema es que o no las conocemos o no sabemos cómo utilizarlas. ¿Cuáles serían esas herramientas? Veamos algunas de ellas:

  • La herramienta de la autoestima: partir siempre del convencimiento de que soy una persona buena y de que tengo el derecho de estar aquí por una razón superior a la que a veces me dictan ciertas voces negativas que vienen de fuera de mí, pues otros o yo mismo las he interiorizado y me las he creído. Pero no me pertenecen; por eso he de desecharlas fuera de mí.
  • La herramienta del sentido de la vida: estoy aquí para algo hermoso, para un proyecto mucho más grande que mí mismo. No estoy aquí por casualidad ni por accidente. Lo sé porque hay dentro de mí una voz que despierta en todo momento el deseo de algo más grande y mejor.
  • La herramienta de mi capacidad de conectarme con los demás desde la decisión de amar. El amor no es una obligación moral, sino la respuesta a un amor previamente recibido. Sin embargo es una constatación universal el ver que, casi en todos los casos, hemos sido amados menos de lo que realmente necesitábamos y merecíamos. Pero, aun en esos casos, sigue siendo verdad la frase convencida del místico Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor.”
  • La herramienta de la asertividad: porque valemos más de lo que podemos imaginar y concebir, tenemos el derecho e incluso el deber de aportar nuestro grano de arena diciendo lo que pensamos con claridad meridiana, obrando con transparencia y libertad, sin pedir permiso para existir y decirles a lo demás quiénes somos de verdad: personas buenas y bellas que buscan la verdad.
  • La herramienta del deseo: Los deseos son energías profundas que nos llevan a crear imaginarios acerca de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea. El deseo mueve la imaginación, pero sobre todo energiza la voluntad para ponerla al servicio de nuestros más nobles sueños, sobre todo cuando éstos se conectan con el gran sueño de Dios para nosotros y para el mundo.
  • La herramienta del discernimiento: Discernir es cribar, aprender a separar la paja del grano; en términos de experiencia personal, discernir es aprender a situarse limpio ante el mundo, con la claridad que nos da la sabiduría del Espíritu, para aprender lo que es bueno o malo para nuestro crecimiento, lo que nos conviene o nos hace daño, lo que nos recrea y unifica o nos destruye y fragmenta. Una vez discernido (proceso permanentemente en marcha) el discernimiento nos lleva a la acción a favor de la gracia que actúa dentro de nosotros.

Este tesoro tiene una capacidad ilimitada, aliada de nuestro crecimiento global; es similar al poder que tienen las raíces ocultas que dan vida y sostienen la vida de esos árboles centenarios que se levantan erguidos como testigos de la vida en constante proceso de ascensión hacia la luz.

Deberíamos acostumbrarnos a mirarnos por dentro sin miedos ni aprensiones, sabedores de que lo que vamos a encontrar es mucho mejor y más valioso que lo que podemos imaginar. ¿Cómo utilizo la herramienta de la autoestima? ¿Cómo me sirvo del sentido de la vida cuando me siento desorientado? ¿Tengo capacidad de conectarme con los demás desde el amor incondicional? ¿Soy claro y asertivo en mis relaciones? ¿Cuáles son mis motivaciones (deseos) para salir de la mediocridad ambiental? ¿Imploro la sabiduría de lo alto para encontrar luz antes de tomar una decisión?

“El pequeño espacio dentro del corazón

es tan grande como el inmenso universo.

Allí están los cielos y la tierra,

el sol, la luna y las estrellas;

allí están el fuego, el relámpago y el viento;

y todo lo que ahora es y todo lo que no es;

pues el universo entero está en Dios

y Dios habita en nuestro corazón.”[1]

[1] Chandogya Upanashad, 8, 1