No existe la buena o la mala suerte. Las personas que viven despiertas son aquellas que tienen todo su ser preparado para recibir las muchas oportunidades que tarde o temprano les depara la vida. Por el contrario, las personas apagadas y rutinarias que han perdido el sentido de la sorpresa y del encanto, dejan pasar oportunidades de oro, y a todo lo que les pasa lo llaman “mala suerte”.
Recordemos y memoricemos: “la llamada buena suerte no es sino una actitud positiva cuando se conecta con una oportunidad.” Esto tiene un precio: vivir despiertos.
Hemos de perder el miedo a tomar decisiones desde la autonomía del ser. Aprender a decidir es aprender a arriesgar sin miedo a equivocarse. ¡En caso de equivocación, rectificar! Y así, una y mil veces, ¡siempre!
La persona que no arriesga queda anclada en el pasado, pierde conexión con la realidad, se deja guiar por los miedos, se aísla de relaciones significativas, y acaba siendo una isla en la que sólo su ‘ego’ permanece como amigo eternamente rutinario, obsesionado y cansino.
Hoy examinemos las adherencias y los miedos que nos paralizan y esclavizan. ¿De qué manera me dejo guiar por mis miedos más que por la certeza que me dan mis convicciones?[1] ¿Cuáles son las convicciones por las que estaría dispuesto a darlo todo?
Proponemos el siguiente pensamiento para reforzar lo aprendido:
[1] El papa Juan XXIII decía que más que consultar a nuestros miedos y temores, deberíamos consultar a nuestras certezas, nuestras convicciones y fortalezas.
“Ser puro, trasparentar amor,
Irradiar la gloria,
Ser simple,
Derramar la fragancia divina,
Crear belleza,
Ser honesto,
Construir el cielo
Aquí en la tierra.
Vivir aquí y ahora,
Luchar y esforzarme,
Vivir el presente,
Mirar hacia delante,
Caminar hacia el futuro,
Vencer el mal,
Participar en la carrera de la vida.
Confiar siempre en el amor,
Aprender a ser conducido por Él,
Decir adiós al pasado,
Aprender la libertad de los pájaros,
Consultar a los sueños y los deseos
Ser un canal de ternura.”