A lo largo de una jornada cualquiera, una persona cualquiera establece un diálogo invisible y permanente consigo misma a través de los pensamientos espontáneos que se dan cita en nuestro cerebro. Se calcula que esos pensamientos vienen a ser como unos 50.000 al día.
Sabemos que somos lo que pensamos, es decir, que son nuestros pensamientos los que inician el proceso de lo que seré. Si pienso en negativo permanentemente, esos 50.000 pensamientos diarios harán de mí una persona limitada, temerosa, incapaz de afrontar la vida con esperanza. Si pienso en positivo, la construcción de lo que puedo llegar a ser queda bien fundamentada sobre el ADN de la esperanza, y seguramente, aun a pesar de los sufrimientos, llegaré a ser la persona que Dios soñó que fuera antes de la creación del mundo.
Lo peor de los pensamientos negativos infiltrados permanentemente en nuestro cerebro es que arraigan una personalidad autodestructiva que arrasa no sólo consigo misma, sino con todo lo que le afecta de una manera más o menos indirecta. Por eso es importante pararse muy de vez en cuando para analizarse y ver qué tipos de pensamiento van dirigiendo la barca de nuestra vida sobre las aguas más o menos turbulentas de nuestro viaje existencial.
Los pensamientos negativos nacen de estar obsesionados con la cizaña en lugar de poner toda nuestra atención en el trigo, es decir en la belleza, la bondad y la verdad en la que fuimos creados por el Dios bueno y misericordioso. Nuestros pensamientos negativos nos devoran y saltan las barreras de la racionalidad y la ecuanimidad.
Los pensamientos negativos quieren hacernos creer que somos basura, y para ello actúan de la siguiente manera:
- Tienden a ser absolutistas, presentándonos los vocablos del siempre, nunca, todos: “siempre caigo en lo mismo”, “Nunca voy a mejorar”, “Todos están en contra mía”…
- Sacan una conclusión totalitaria de una simple experiencia: cuando he cometido un error, me digo “soy un idiota”, cuando en realidad simplemente “he cometido un error”.
- Tienden a culpar a otros de mis desgracias, y así nunca tomo responsabilidad de mi vida; acabo siempre en la victimización de mi “pobre yo”.
Por eso vamos a cambiar la manera de mirarnos y de mirar la vida. Deberemos asumir que la vida no es tan perfecta como la imaginamos en nuestra mente. Aprenderemos el arte de ser personas no tanto ‘perfectas’, cuanto ‘completas’; es decir, personas que saben integrar todos los aspectos, incluso las zonas oscuras y los pecados, para que nazca el hombre nuevo, libre desde la verdad, al servicio del amor.
“Dios Amado,
enséñame a encarnar los ideales
que quisiera transmitir a mis hijos.
Ayúdame a encontrar palabras sabias
para comunicarme con ellos,
a fin de que su corazón se llene
de bondad, de honradez y de verdadera sabiduría.
Dios Amado,
haz que no transmita a mis hijos
más que el bien;
haz que encuentren en mí
los valores y la conducta
que yo espero ver en ellos.”
(Rabí Nachman de Breslau)