Las imágenes y los símbolos son importantes para comprendernos a nosotros mismos y a los demás. Las imágenes son conceptos plásticos que todos llevamos dentro. Dependiendo de la calidad positiva o negativa de los mismos, la dirección de nuestras vidas tomará un rumbo determinado que, a su vez, será positivo o negativo.
Por ejemplo, si considero que el matrimonio es una casa en llamas adonde todos quieren entrar antes de casarse y todos desean salir tras la noche de boda, estoy construyendo un concepto del matrimonio y de la familia que me hará daño si llego a casarme. Pero si asumo el matrimonio como el jardín que juntos plantamos y cuidamos a pesar de las tormentas, entonces aseguro una vida muy feliz si llegara a casarme.
Lo mismo sucede en las relaciones interpersonales. Hay quienes piensan que cada uno de nosotros somos individualidades difíciles de conectarse con los otros. Así que hay quien asimila las relaciones humanas al conjunto de erizos llenos de púas y que deben guardar una distancia prudencial para no molestarse ni dañarse.
Quienes tienen este concepto simbólico de las relaciones humanas, obviamente parten de un prejuicio en el que queda descartada la empatía, el cobijo humano, la misericordia, el acompañamiento amistoso, el abrazo amoroso cuando la vida se hace cuesta arriba. Personas con esta concepción de lo que son los seres humanos y la comunidad humana, serán incapaces de crear sentido de grupo, de fiesta y reconciliación.
La Palabra de Dios por el contrario nos habla de la comunidad en términos del águila que cuida de los polluelos. Dios fue para su pueblo el águila que los protegía y les hacía sentirse seguros:
“como un águila que revolotea sobre el nido
y anima a sus polluelos a emprender el vuelo,
así el Señor extendió sus alas,
lo tomó y lo llevó sobre sus plumas.”[1]
Las personas que perciben el mundo simbólico de la comunidad desde esta imagen son aquellas capaces de empatía, personas que dan más importancia a la relación que a la acción. Quizás no estén conectados con muchos, pero saben crear relación con aquellos con quienes viven y a quienes sirven. Estas personas crean confianza y despiertan en los otros un deseo secreto de ser mejores y de progresar en el camino del amor.
¿Dónde nos situamos?, ¿en el lado de los erizos o en el de las águilas? Quizás nos situemos en una zona ambigua, dependiendo de las circunstancias en que nos toca vivir. Una cosa es cierta: la VIDA auténtica está del lado de las águilas. Ser como ellas debería ser nuestro empeño existencial permanente.
[1] Deut 32, 11
Los pasos para el perdón:
- Reconocer la equivocación. Nadie que esté enfermo podrá curarse a no ser que previamente acepte que en efecto está enfermo. El salmo 50 lo dice claro: “pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre mi pecado, contra ti yo pequé…”
- Querer perdonar. El perdón es un acto de la voluntad a través del cual yo salgo de mis zonas o límites de confort para acercarme al otro.
- Pensar en la persona a quien quieres perdonar. Es un ejercicio de misericordia, de compasión. Pensando en esa persona tan necesitada de “vida”, yo me convierto en su “re-creador” a través del perdón que le ofrezco.
- La sanación interior: cuando el perdón es absoluto y sin condiciones es como decirle a la otra persona: “no te preocupes. Todo ha pasado. La vida sigue adelante. Lo que sucedió entre nosotros ya ha pasado y voy a intentar que para nada mediatice emocionalmente nuestro presente”.
Hay ocasiones en las que la persona no acepta el perdón. Solamente queda en semejantes situaciones poner esa persona delante del Señor en oración, ya que quien se niega a aceptar ser perdonado seguramente se siente anclado en la falta de libertad a causa de su orgullo personal. Necesitaría una auténtica “conversión” para sentirse amado.
De la misma manera que nos herimos a veces por lo que decimos o hacemos, también podemos administrarnos la sanación interna por medio del perdón. A veces las heridas sufridas en la vida nos hacen anclarnos en el pasado, en cuanto que su recuerdo nos llevan al resentimiento y muchas veces a una falta de libertad para vivir el presente con libertad y amando. Podemos decir que sólo vivimos realmente cuando amamos. Y sólo amamos cuando estamos reconciliados. Hasta físicamente podemos curarnos unos a otros por medio del perdón. Algunos problemas fisiológicos provienen de resentimientos o falta de misericordia con nosotros mismos o con Dios y los demás.