“Una vida que no sea auto-examinada no merece ser vivida”, decía Aristóteles. Observarse a sí mismo a vista de águila, en perspectiva, es un ejercicio que nos ayuda a conocernos para moldear nuestras acciones y reacciones.
También nos ayuda a crecer el dejarnos criticar por los demás, ya que hay aspectos de nosotros mismos que damos por hecho y otros de los que todavía no nos damos cuenta de que están ahí. Por eso tener un amigo, un confidente que nos ayude, es un verdadero tesoro.
Pero lo que de verdad nos moldea es la consciencia personal y el convencimiento adquirido acerca de los valores que queremos que configuren nuestra vida. Los valores son esos pilares invisibles que potencian nuestro ser para que seamos en plenitud lo que realmente estamos llamados a ser.
Por eso, hacernos conscientes de este mundo de valores nos ayuda a tomar posesión y a hacernos responsables de nuestra vida y de la dirección hacia la que queremos dirigirla. De lo contrario somos marionetas en manos de las circunstancias o de personas que nos manejan a su arbitrio.
Los valores son como las flores que crecen, porque las alimentamos, en el jardín de esa tierra sagrada que somos cada uno de nosotros. En esa tierra sagrada no todo vale. Por eso no debemos aceptar aquellos pensamientos que nos destruyen, tampoco esas voces negativas que otros quieren meternos en nuestro cerebro, ni esos abrojos ocultos que nacen de dentro de nosotros y nos dicen persistentemente que ‘no podemos’, que ‘no valemos’.
Para hacernos conscientes de los valores que sostienen el engranaje de nuestra vida camino de la felicidad, es bueno que tengamos un diario donde plasmemos la lista de los mismos. Esta lista no es cerrada en sí misma, ya que, según las circunstancias, podremos reelaborarla y nos sorprenderemos al ver que, ante nuevos retos, deberemos asumir la vivencia de nuevos valores.
Una persona sin valores camina a la deriva. Para un creyente, la fuente de los valores es Cristo mismo. Él nos invita a vivir un sinfín de estos valores que llamamos “evangélicos”. Éstos nunca niegan nuestra humanidad sino que –a pesar de que a veces resultan difíciles de practicar- la elevan y la dignifican hasta el infinito. Alguno de esos valores son el perdón, la verdad a toda costa, la libertad como fruto de la verdad, la amistad, la belleza que nace dentro, la misericordia, el amor incondicional y universal, la paciencia, etc.
La vida es un viaje más o menos largo; no se mide por los años vividos sino por lo vivido a lo largo de los años. Pasan los días y lo que realmente va quedando como poso es la calidad esencial que nos da la vivencia de valores. Y a fin de cuentas uno llega a la conclusión de que, parafraseando a San Juan de la Cruz, “al final de la vida seremos examinados en el amor”.
Por eso es bueno que hoy haga una evaluación acerca de la calidad de los años vividos hasta el día de hoy. Con la mirada puesta en los años, es bueno que me adentre en el cómo los voy viviendo desde los valores que sostienen mi engranaje vital. Quizás sienta una llamada de dentro que me invita al cambio, al crecimiento, a la acción de gracias, al perdón, a la reconciliación… quizás a todo eso, un poco.
Trato de ver las motivaciones más hondas que han guiado mi vida hasta hoy:
- Intento descubrir en mis “evidencias”, en el “pozo” de mis cualidades, lo que ha desatado mi manera de actuar y de comportarme.
- También hago presentes mis heridas y el dolor que ha consolidado en mí una línea concreta de actuación.
- Y finalmente trato de ver de qué manera han influido en mi vida las falsas imágenes que he tenido de Dios.
Comparo mis discursos con la realidad de mi vida:
- ¿Quién digo que soy y quién soy de verdad?
- ¿Qué digo que quiero y qué deseo y anhelo de verdad?
- ¿Qué digo que me mueve y qué es lo que acciona realmente mi vida?
- La historia de mis justificaciones, racionalizaciones y auto-ideologías. ¿cómo he podido sobrevivir con mi disfraz o máscara?
- Así como soy, me dejo ver, abrazar y amar por el Señor.
Recapitulación de la historia de mi libertad y de mi compromiso y amor:
- Mis deseos de querer, de amar y de ser amado.
- Mis batallas por ser libre, por ser mejor, por cambiar.
- Verme en mis incongruencias, en mis luchas, en mis derrotas.
- Cómo todo ello ha hecho huella en mi proceder.
- Colocarme así, humildemente ante el Señor que me conoce y me llama.
Definición y formulación del principio y fundamento de mi existencia:
- ¿Qué es lo que rige mi vida?
- ¿Cuál ha sido el principio y fundamento de mi vida?
- ¿Cómo he justificado y dado razón de ello?
- Todo ello como preparación para que el Señor me deje contemplarme con sus propios ojos, ojos de verdad, sí, pero sobre todo de cariño.