Según los autores Travis Bradberry y Jean Greaves[1], la inteligencia emocional es un factor no solamente importante sino esencial en la vida de quienes se abren camino en medio de los avatares de la vida y de la profesionalidad. La inteligencia racional, la experiencia, e incluso la educación recibida, son factores necesarios, pero si no van acompañados de la capacidad de empatizar y conectar con el corazón, la persona quedará al descubierto en su inadecuación para seguir adelante.
Emociones y pensamientos deben conectarse de tal manera que uno de ellos llene de energía al otro, en permanente retroalimentación mutua. Naturalmente, la voluntad debe ponerse a trabajar asimismo para que los procesos vayan adelante y no se queden estancados en el barranco de los buenos deseos y de las visiones o pensamientos más o menos nobles.
La inteligencia emocional es un componente de nuestra personalidad que está siempre llamado a crecer –y de hecho tiene el potencial de crecer- a niveles y posibilidades ilimitadas. Todo tipo de personalidades tienen esa capacidad. El primer paso en esta dirección de crecimiento es la autoconsciencia.
La autoconsciencia se va adquiriendo poco a poco a base de ejercicios de auto observación, dándose uno cuenta de sus pensamientos, emociones, reacciones o movimientos internos que se dan cita en el interior de modo espontáneo.
A través de la autoconsciencia nos damos cuenta de que las emociones no vienen del aire, sino que tienen sus raíces profundas dentro de nosotros, pues son movimientos espontáneos producidos por instancias de las que muchas veces no somos conscientes porque simplemente no les ponemos la atención que requieren.
Junto a la autoconsciencia hemos de trabajarnos el automanejo. Este automanejo consiste en tratar de canalizar todas nuestras energías de cara a unas conductas que sean positivas tanto para nosotros como para aquellos con quienes nos relacionamos pues son parte de nuestra vida o de nuestro trabajo.
El automanejo es mucho más que evitar reacciones explosivas que incitan a conductas problemáticas. Para ello deberemos en muchas ocasiones poner nuestras necesidades momentáneas a un lado (sin reprimirlas) de manera que obtengamos beneficios más abundantes en aras a objetivos nobles que fomenten el diálogo, la colaboración, la verdad dicha asertivamente, la comunicación no violenta, y el crecimiento personal y relacional.
¿Qué tipo de relaciones establezco a través de mi trabajo, mis diálogos o mis conexiones personales con los demás? ¿Qué áreas necesitan mejorar y cómo? Nadie puede decir haber llegado a la meta, pero estar en camino hacia ella es señal de madurez.
[1] Travis Bradberry & Jean Greaves, Emotional Intelligence, Jean Smart, San Diego, CA, 2009
“Lo que importa en la vida no son los triunfos, las riquezas, los amigos, la fama… No estamos aquí para ser siempre trepas triunfadores. Hemos nacido para amar y ser amados.
No importa haber conocido el fracaso, el dolor, la soledad, la frustración, el aislamiento o las noches oscuras. Sobre todo y por encima de todo, lo que importa es amar.
Cuando tenemos esta clara visión y actuamos en consecuencia, sin compromisos, es como si hubiéramos encontrado ‘el tesoro’ por el que vendemos todo. Porque el amor es la fuente de la vida bajo cuya luz vemos la luz.”