La resolución de conflictos implica búsqueda de la verdad. Sin verdad no hay sanación de las heridas del pasado. Para ello deberemos salir de nuestras zonas de confort, zonas que nos domestican cuando cerramos filas y nos parapetamos en la mediocridad existencial.
¿Qué es mediocridad existencial? Básicamente es esa actitud por la que aceptamos sin más que soy lo que soy como producto de factores que han rozado mi vida: traumas, relaciones mal gestionadas, enganches afectivos, negación de la realidad, etc. Cuando decidimos consciente o inconscientemente vivir parapetados de esta forma, estamos negando la vida en plenitud. Negamos que el yo real viva con la dignidad de la libertad.
¿Qué hacer entonces? Revisitar todo aquello aún no resuelto con la valentía de los santos, que supieron bajar a los infiernos para salir luego victoriosos y transfigurados, resucitados. Mientras sucede esta transformación, que consiste en una lenta metamorfosis, aprendemos a integrar los contrarios, a hacer emerger nuestros dones escondidos, y a ponerlos finalmente al servicio de los demás. En el fondo, este proceso se puede resumir como un “ser sanadores heridos”. Mientras nos conectamos con la pena y el dolor del otro, mi pena y mi dolor quedan sanados también.
En nuestras relaciones personales sucede lo mismo: es preferible revisitar el pasado para que todo quede bien planchado y dialogado, de manera que podamos restablecer una relación no basada en el miedo, en la distancia desconfiada, o en el silencio torturador que excita la imaginación hacia la consciencia trágica del desamor.
Sobre todo habremos de cuidar nuestra salud mental y emocional. Cultivar la salud mental implica no barrenarnos con pensamientos irracionales y fantasiosos acerca de lo que no está a nuestro alcance controlar. Cultivar nuestra salud emocional implica dar cauce a nuestras emociones de manera que no sean como agua a la deriva que nos destruye. Las emociones –por el contrario- pueden ser energía que alimente nuestra creatividad.
Resumiendo, podemos decir que la Verdad es lo único que nos libera. Esa Verdad hay que buscarla a toda costa, aunque no obsesivamente. Una vez encontrada, o mientras la descubrimos, deberemos exponerla sin miedos ni agresión. Para llegar a este estadio tendremos que trabajarnos la asertividad y la comunicación no violenta. Así llegaremos a ser dueños y señores de nuestra vida, conectada con los demás desde la bondad. Sólo en libertad es posible el amor.
Deberíamos trabajarnos permanentemente a nosotros mismos, de manera que todo lo que es bueno, bello, honrado, agradable, noble y justo, vaya emergiendo, a nivel de la consciencia, con transparencia, sinceridad y claridad. Viviendo así es como damos gloria a Dios, pues la gloria de Dios es que las personas, cada persona, vivamos en la plenitud que nuestra dignidad reclama.
“Un día, más allá de la luna,
Más allá de los planetas y las estrellas,
Mucho más allá de las galaxias…
Yo te veré, Dios mío, cara a cara.
Y para que esto sea verdad
Me despojaré de máscaras y disfraces
De botellas de oxígeno…
Y te veré cara a cara.
Te veré corazón a corazón,
A Ti, Dios de mi vida.
Mientras tanto permíteme
Tener ansia de ti como tierra reseca.
Ya estás dentro de mí
Y sin embargo aún tan lejano…
Tú eres como una luz que me impregna
Y a la vez como la noche…
Tú eres todo para mí.
Y sin embargo sigo tan vacío…
Pero sé que un día te veré
Y para siempre estaré contigo…
¡Para siempre!”