Vivimos solos siempre, aunque acompañados por una multitud de personas que pueden ser significativas y cruciales para nuestro crecimiento personal, mientras que hay otras que nos resultan simplemente indiferentes y, a veces, podemos encontrar personas que se convierten en detrimento para nuestro crecimiento.
Hemos de aprender a lo largo del tiempo a descubrir los tesoros de nuestro crecimiento que son las personas amigas, mientras a su vez identificamos la hojarasca de quienes no nos ayudan en el proceso.
Pero para llegar ahí hemos de trabajarnos hacia adentro, hacia la conquista de nuestro ser real. Esto implica un proceso permanente de ascensión que, en el fondo, es un descenso al interior, desbrozando nuestra falsa identidad que nos hace funcionar como marionetas, como seres encorsetados, como figurines al servicio de las expectativas de los demás, como retratos de lo que otros quieren que seamos.
Cuando nos descubrimos a nosotros mismos, nos abrimos a la libertad de ser lo que somos, aprendemos el sano orgullo de ser lo que Dios ha soñado que seamos(,) y recobramos la pasión por lo que podemos ser. Así vamos descubriendo que la vida es en verdad una apasionante aventura hacia la bondad, la belleza y la verdad que nos habita.
Solamente desde ahí, nada ni nadie nos tocará en negativo, pues aunque lo intenten, habremos aprendido la lección del Maestro, Jesús de Nazaret: “ser sencillos como palomas y astutos como serpientes”[1]. La libertad de ser lo que somos y de manifestarlo asertivamente es un arte que se aprende con el correr de los años y con mucho entrenamiento.
Un buen día, después de meses y años, nos levantamos y nos damos cuenta de que el miedo desaparece, de que las personas que resultaban enemigas las vemos como pequeños enanos a quienes ya no tememos; más bien despiertan en nosotros conmiseración y pena, pues las vemos necesitadas incluso de nuestro amor.
Ésta es la cima del amor que estamos llamados a conquistar. Éste es el largo pero gratificante camino hacia adentro. Éste es el camino en el que cada paso dado en confianza, se convierte en meta de llegada. Y a este proceso estamos todos llamados. Se trata de vivir a fondo, según los criterios del Buen Pastor, Jesús de Nazaret, que dice: “He venido para que tengáis vida, y la tengáis en abundancia.”[2]
[1] Mt 10, 16
[2] Jn 10, 10
Señor, tu gracia se derrama
como lluvia torrencial
Siempre y sobre todos,
buenos y malos.
Tu gracia da vida
Y nos despierta a la esperanza
Sacándonos de la rutina,
Del miedo, de la somnolencia, y del hastío.
Tu gracia vale más que la vida.
¡Te alabarán mis labios!